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La región templada de Norwich parecía ser un sitio algo aburrido para la mayoría de las personas, no obstante, para Leonor, era un sueño hecho realidad, visitar el hogar donde su querida madre nació, poder conocer a su tía a quien en sus quince inocentes años no había visto, así como alejarse de lo concurrido que era Londres, sin dudas, un viaje perfecto para una joven que se quería mantener al margen de planes de matrimonio o familia como sus amigas ya lo pensaban. Para la madre de Leonor, no era muy agradable el viaje, tenía sus motivos por los cuales no volver a su hogar natal, pero, esa valiosa mansión era una herencia compartida con su hermana menor, a la cual, debía de convencer para venderla.
La jovencita, asomaba su cabeza por la ventana del carruaje, disfrutando del paisaje boscoso del camino, mirando a lo lejos esa gran casa de paredes de color cobrizo y grandes chimeneas, nunca pensó que ese lugar fuese más grande de lo que alguna vez le contó su madre, sin dudas, habría mucho que conocer y explorar, ya que, para alguien tan peculiar y avispada como lo era Leonor, conocer el mundo, era su pan de cada día.
- Mamá ¡Es hermoso! ¿En verdad ahí vivías de niña? -
- Sí, sigue tan viejo como cuando me fui de aquí. - Habló la mujer suspirando y golpeando suavemente la madera del coche. - Ernest, ve con más cuidado por favor, me duele un poco la cabeza con tanta sacudida del carruaje. -
- Entendido. -
- Se ve todo tan lindo. -
- No asomes la cabeza por la ventanilla, ya no eres una niña, compórtate, Leonor. -
- Perdón, mamá. - Rio la chica metiéndose al coche. - Es la primera vez que venimos, estoy emocionada. -
- Lo sé, pero eso no significa que debes de comportarte así, mantén el porte. -
- Está bien… ¿Y esa otra mansión que está hacía allá? ¿Son vecinos de mi tía? - Señaló Leonor mientras el carruaje seguía su curso.
- No lo sé, le pertenecía a los Mellot, pero no sé de ellos desde que me fui. -
- Nadie vive ahí desde hace cinco años, el último dueño de la casa fue el señor Jonathan Mellot, quien se trajo a vivir a su esposa Miriam Keine, conozco sus nombres porqué yo solía traerles víveres desde Cambridge. -
- ¿Y se mudaron? ¿O por qué dice que fue el último dueño? -
- Nadie sabe bien que ocurrió en esa casa, pero fue bastante serio como para que nadie la quiera reclamar, unos dicen que el señor enloqueció y otros que su esposa, cual sea el caso, el velador de sus caballerizas dijo que escuchó gritar al señor y a la señora, cuando corrió para saber que ocurría, vio a Jonathan en el suelo, al parecer, había caído de las escaleras, y a su esposa, en el segundo piso, descuarti… -
- Ernest, no cuentes cosas de mal gusto a mi hija. -
- Perdóneme señora. - Contestó el hombre dirigiendo su mirada al frente.
- Que horrible… -
El carruaje se detuvo frente a la mansión vieja, Ernest bajó para abrir la puerta y ayudar a bajar a madre e hija, para después, sacar las maletas de la cajuela. Leonor estaba emocionada, de cerca, la mansión parecía un palacio, era enorme, aunque se veía muy antigua, seguía viéndose elegante, imponente y mística, para su madre, era una molestia, después de diecisiete años, volver a su casa le traía nauseas, al punto de tapar su nariz para evitar sentir alergia por tanto polvo.
- Parece como si nadie limpiara la entrada en décadas. - Habló la mujer tapando su nariz con un pañuelo.
- En realidad, la limpiaron la semana pasada, pero, hubo tormentas muy fuertes en estos días que levantaron mucho polvo. -
Una bella mujer rubia, de ropas elegantes, de unos treinta años aproximados, recién salía de la mansión, con una pipa fina en su mano. La madre de Leonor frunció una ceja por la presencia de esa mujer, aunque sus vestimentas hacían creer que podía ser alguna mujer recatada, sabía que no era así, ya que, su hermana no era alguien social y su “condición” le hacía ser alguien que solamente podía permitirse cierto tipo de interacción.
- Buenos días, has de ser Bellia, Noir me habló de ti. -
- Buenos días, sí, me sorprende que mi hermana hable de mí. - Sonrió la mujer mostrándose más simpática que antes. -Eso me hace muy feliz, vamos hija, preséntate. -
- Buenos días, me llamo Leonor Hansen. -
- Encantada de conocerte, me llamó Isabelle, permíteme decirte que eres muy linda, sin duda, sacaste la belleza de tu madre. -
- No es para tanto. - Rio Bellia tratando de no incomodarse por la presencia de esa chica. - Dime ¿Eres amiga de mi hermana? -
- Digamos que soy su asistente, sabes que a ella no le gusta salir de esta mansión, así que yo le ayudo con pendientes en la ciudad. -
- Así que ahora se les dice, asistentes. -
- Todas buscamos como subsistir, no todas tenemos la fortuna de cazarnos con un empresario ferroviario. -
- Mi hermana te tiene mucha confianza como asistente para contarte cosas de la familia. - Sonrió la joven madre de cabello platinado, tocando el hombro de su hija. - Hija, dile a Ernest que deje nuestras cosas en la sala, luego yo las llevaré a una habitación. -
- Entendido, mamá. -
La jovencita corrió al interior de la mansión, sorprendiéndose más por el interior. Mientras le explicaba al hombre donde dejar las maletas, Leonor alcanzó a escuchar unos suaves pasos por la escalera central, volteando a ver la procedencia del sonido, mirando a una hermosa mujer de piel pálida y cabello negro, tan preciosa y al mismo tiempo, con un aire de tristeza en su mirada cansada.
- Me retiro, señorita Leonor. -
- Gracias señor Ernest, mi madre le pagará por sus servicios. - Sonrió la jovencita al hacer una leve reverencia al hombre por su trabajo.
- Ernest, por favor, lleva a Isabelle a la ciudad, ella trae dinero para pagarte el viaje. -
- Con mucho gusto, señorita Noir. -
- ¿Noir? ¿Tú eres mi tía Noir? - Preguntó Leonor con alegría al ver y escuchar a esa bella mujer de voz apagada.
- Sin dudas, te pareces a Bellia. -
- En verdad que no cambias, ni siquiera bajaste a recibirnos. - Dijo la hermana llegando a la casa, tomando de los hombros a su hija. - Leonor, ella es tu tía, Noir. -
- ¡Encantada de conocerte, tía! -
- El gusto es mutuo… - Contestó Noir suspirando para luego, darse la vuelta y caminar a la cocina. - Estaba a punto de recibirlas, seguro tienen hambre, les serviré algo de comer. -
- Hija ¿Podrías llevar nuestras maletas al segundo piso? Tú habitación será la que yo tenía, es la tercera a la derecha, dejas mi maleta en la habitación del ala izquierda, la primera. -
- ¡Si, mamá! -
Mientras Leonor tomaba las maletas y subía a las escaleras lentamente, Bellia caminó rápidamente hacía su hermana, quien servía con mucha paciencia, una sopa con un rico aroma en unos platos elegantes. La hermana mayor, parecía no estar contenta, sus ojos cobrizos se mostraban enojados, cosa que Noir no le prestaba atención y seguía sirviendo el desayuno en el comedor. Al terminar de poner el último cubierto, volteó a ver a Bellia, quien le miraba de manera reprobatoria y de brazos cruzados.
- ¿Qué ocurre? -
- ¿No tienes vergüenza? No sólo no nos recibiste en la entrada, tuvimos que encontrarnos con esa prostituta en la entrada. -
- No es una prostituta, Isabelle es una agradable y fiel cortesana, no te permito que la insultes cuando es la compañía más agradable que tengo. -
- Prostituta, cortesana, es lo mismo. - Señaló la hermana a Noir quien le miraba fijamente. - Más vale que mi hija no vea tus depravaciones, o en verdad me molestaré. -
- ¿Y qué harás? Ya suficiente tengo con ser olvidada por la familia ¿O no? -
- Te correré de esta mansión. -
Esas palabras calaron en Noir, cambiando su rostro frío por uno temeroso, junto a unas manos temblorosas que se acercaban a su pecho, como si fuese una retracción para sentirse protegida. Bellia suspiró al notar esa reacción esperada de su hermana, lo único que parecía estimar en su vida era aquella casa, por eso, más que amenazarla, tenía que buscar una manera de convencerla de dejarla y llevarla a la ciudad, donde podrían “curar” sus gustos morbosos.
- Noir, no vine a pelear contigo, quiero que reconsideres lo que te he escrito en las cartas, ven conmigo, aún estás en edad para buscar un buen hombre, en hacer familia, olvidarte de eso. -
- No, no lo entiendes, no soy como tú, no quiero irme de aquí. -
- Mira que mi hija está feliz con la idea de que vivas con nosotras ¿Acaso piensas romperle el corazón? ¿Acaso no te alegró conocerla? -
- Algo… Me recuerda a ti. - Contestó la morena mientras miraba a su hermana con su mirada apagada. - Dejemos el tema para otro día ¿Sí? Tuvieron un viaje largo. -
- Está bien, pero, es una promesa, lo retomaremos otro día, ahora, déjame voy por esta niña, seguro se puso a ver todos los cuartos, esa curiosidad la sacó de su tía, tú te portabas como ella a su edad. -
- No lo creo. -
En el segundo piso de la mansión, tal cual dijo la madre, Leonor corría por las habitaciones, abriendo cuarto tras cuarto, era como si esa casa no tuviera fin de lo enorme que era, había tanto por explorar que, sin dudas, no se aburriría en la semana que estarían ahí, tendría mucho que contarle a su padre al volver de sus aventuras en la mansión de Norwich. La jovencita, se detuvo en uno de los corredores, mirando directamente hacía una puerta muy rara, al abrirla, vio que había unas escaleras, tal vez, iban al primer piso, por lo que decidió bajar y sorprender a su mamá por encontrar ese pasaje.
- Está casa es grandiosa, es como un laberinto. - Pensaba Leonor mientras bajaba las escaleras, notando un aroma en el ambiente. - Huele a flores y agua ¿Acaso será un jardín? ¡Si, un jardín! -
La chica bajó las escaleras más a prisa, logrando atinarles a sus sospechas, en medio del ala izquierda de la mansión, con los corredores alrededor de él, había un gran jardín, con un pequeño pasillo en el medio y un puente, por debajo del mismo, una pequeña corriente de agua cristalina corría, tal vez, algún manantial propio de la casa para tener agua siempre. Leonor estaba anonadada, la belleza de ese lugar le hacía pensar que su tía amaba las flores, ya que lucían en perfecta armonía, alineadas creando hermosos patrones y su cuidado era ejemplar, al menos, había encontrado un tema para platicar con ella. Pero, no todo era alegría, algo no cuadraba, el ambiente en esa zona especifica de la casa, parecía algo oscura, al levantar la mirada, el cielo antes azul lucía nublado, apagando poco a poco la luz del Sol, todo tan fuera de lo natural.
- Que raro, juro que pensé que hoy sería un día muy soleado. - Pensó Leonor bajando su mirada lentamente, sintiendo la piel erizarse por algo inesperado.
Frente a Leonor, una figura femenina se erigía en medio del puente, soportando apenas el viento que se arremolinaba en el jardín, de piel pálida casi transparente, de vestido negro que le recordaba al de las gitanas y un cabello blanco, lo más inusual en esa presencia, eran sus pies descalzos, una cadena en su tobillo que no parecía tener final y unos ojos color ámbar, tan brillantes como la luz que liberaba el candil de su mano.
- Volviste. -
- ¡Leonor! ¿Dónde estás? -
Leonor escuchó el grito de su madre que provenía desde las escaleras por donde bajó, volteando para ver si ella no bajaba, al volver su mirada hacía donde estaba esa chica, ya no había nada, era como si lo que vio fuese parte de su imaginación. La chica lentamente subió por las escaleras, sin dejar de mirar hacía atrás, pensando en lo que vio, cerrando la puerta con cuidado para que no supieran que bajó sin permiso a ese lugar, para luego, correr a su cuarto antes de que su madre la descubriera.
- ¡Leonor! - Gritó la madre entrando varios segundos después que su hija, que trataba de no evidenciar su agitación. - ¿Qué no me escuchas? Llevo rato diciendo que bajes a desayunar. -
- Ya voy, mamá… Oye, mamá ¿Mi tía ha vivido sola todo este tiempo? -
- Sí, solamente Ernest que ha trabajado para la familia desde que tengo memoria, es quien le sirve yendo y viniendo desde Cambridge, y parece que ahora le hace compañía su pu… Su asistente. - Corrigió la mujer antes de ser altisonante. - Vamos, baja rápido, luego desempacas. -
- Está bien. -
Antes de salir de su habitación, Leonor miró hacia la ventana, seguía soleado, no tenía sentido, hace unos minutos, el cielo estaba nublado, como si la noche acechara con llegar más temprano, aunque, eso era lo de menos ¿Quién era esa chica que vio? ¿En verdad vio a alguien?
La jovencita, asomaba su cabeza por la ventana del carruaje, disfrutando del paisaje boscoso del camino, mirando a lo lejos esa gran casa de paredes de color cobrizo y grandes chimeneas, nunca pensó que ese lugar fuese más grande de lo que alguna vez le contó su madre, sin dudas, habría mucho que conocer y explorar, ya que, para alguien tan peculiar y avispada como lo era Leonor, conocer el mundo, era su pan de cada día.
- Mamá ¡Es hermoso! ¿En verdad ahí vivías de niña? -
- Sí, sigue tan viejo como cuando me fui de aquí. - Habló la mujer suspirando y golpeando suavemente la madera del coche. - Ernest, ve con más cuidado por favor, me duele un poco la cabeza con tanta sacudida del carruaje. -
- Entendido. -
- Se ve todo tan lindo. -
- No asomes la cabeza por la ventanilla, ya no eres una niña, compórtate, Leonor. -
- Perdón, mamá. - Rio la chica metiéndose al coche. - Es la primera vez que venimos, estoy emocionada. -
- Lo sé, pero eso no significa que debes de comportarte así, mantén el porte. -
- Está bien… ¿Y esa otra mansión que está hacía allá? ¿Son vecinos de mi tía? - Señaló Leonor mientras el carruaje seguía su curso.
- No lo sé, le pertenecía a los Mellot, pero no sé de ellos desde que me fui. -
- Nadie vive ahí desde hace cinco años, el último dueño de la casa fue el señor Jonathan Mellot, quien se trajo a vivir a su esposa Miriam Keine, conozco sus nombres porqué yo solía traerles víveres desde Cambridge. -
- ¿Y se mudaron? ¿O por qué dice que fue el último dueño? -
- Nadie sabe bien que ocurrió en esa casa, pero fue bastante serio como para que nadie la quiera reclamar, unos dicen que el señor enloqueció y otros que su esposa, cual sea el caso, el velador de sus caballerizas dijo que escuchó gritar al señor y a la señora, cuando corrió para saber que ocurría, vio a Jonathan en el suelo, al parecer, había caído de las escaleras, y a su esposa, en el segundo piso, descuarti… -
- Ernest, no cuentes cosas de mal gusto a mi hija. -
- Perdóneme señora. - Contestó el hombre dirigiendo su mirada al frente.
- Que horrible… -
El carruaje se detuvo frente a la mansión vieja, Ernest bajó para abrir la puerta y ayudar a bajar a madre e hija, para después, sacar las maletas de la cajuela. Leonor estaba emocionada, de cerca, la mansión parecía un palacio, era enorme, aunque se veía muy antigua, seguía viéndose elegante, imponente y mística, para su madre, era una molestia, después de diecisiete años, volver a su casa le traía nauseas, al punto de tapar su nariz para evitar sentir alergia por tanto polvo.
- Parece como si nadie limpiara la entrada en décadas. - Habló la mujer tapando su nariz con un pañuelo.
- En realidad, la limpiaron la semana pasada, pero, hubo tormentas muy fuertes en estos días que levantaron mucho polvo. -

Una bella mujer rubia, de ropas elegantes, de unos treinta años aproximados, recién salía de la mansión, con una pipa fina en su mano. La madre de Leonor frunció una ceja por la presencia de esa mujer, aunque sus vestimentas hacían creer que podía ser alguna mujer recatada, sabía que no era así, ya que, su hermana no era alguien social y su “condición” le hacía ser alguien que solamente podía permitirse cierto tipo de interacción.
- Buenos días, has de ser Bellia, Noir me habló de ti. -

- Buenos días, sí, me sorprende que mi hermana hable de mí. - Sonrió la mujer mostrándose más simpática que antes. -Eso me hace muy feliz, vamos hija, preséntate. -
- Buenos días, me llamo Leonor Hansen. -

- Encantada de conocerte, me llamó Isabelle, permíteme decirte que eres muy linda, sin duda, sacaste la belleza de tu madre. -
- No es para tanto. - Rio Bellia tratando de no incomodarse por la presencia de esa chica. - Dime ¿Eres amiga de mi hermana? -
- Digamos que soy su asistente, sabes que a ella no le gusta salir de esta mansión, así que yo le ayudo con pendientes en la ciudad. -
- Así que ahora se les dice, asistentes. -
- Todas buscamos como subsistir, no todas tenemos la fortuna de cazarnos con un empresario ferroviario. -
- Mi hermana te tiene mucha confianza como asistente para contarte cosas de la familia. - Sonrió la joven madre de cabello platinado, tocando el hombro de su hija. - Hija, dile a Ernest que deje nuestras cosas en la sala, luego yo las llevaré a una habitación. -
- Entendido, mamá. -
La jovencita corrió al interior de la mansión, sorprendiéndose más por el interior. Mientras le explicaba al hombre donde dejar las maletas, Leonor alcanzó a escuchar unos suaves pasos por la escalera central, volteando a ver la procedencia del sonido, mirando a una hermosa mujer de piel pálida y cabello negro, tan preciosa y al mismo tiempo, con un aire de tristeza en su mirada cansada.
- Me retiro, señorita Leonor. -
- Gracias señor Ernest, mi madre le pagará por sus servicios. - Sonrió la jovencita al hacer una leve reverencia al hombre por su trabajo.
- Ernest, por favor, lleva a Isabelle a la ciudad, ella trae dinero para pagarte el viaje. -

- Con mucho gusto, señorita Noir. -
- ¿Noir? ¿Tú eres mi tía Noir? - Preguntó Leonor con alegría al ver y escuchar a esa bella mujer de voz apagada.
- Sin dudas, te pareces a Bellia. -
- En verdad que no cambias, ni siquiera bajaste a recibirnos. - Dijo la hermana llegando a la casa, tomando de los hombros a su hija. - Leonor, ella es tu tía, Noir. -
- ¡Encantada de conocerte, tía! -
- El gusto es mutuo… - Contestó Noir suspirando para luego, darse la vuelta y caminar a la cocina. - Estaba a punto de recibirlas, seguro tienen hambre, les serviré algo de comer. -
- Hija ¿Podrías llevar nuestras maletas al segundo piso? Tú habitación será la que yo tenía, es la tercera a la derecha, dejas mi maleta en la habitación del ala izquierda, la primera. -
- ¡Si, mamá! -
Mientras Leonor tomaba las maletas y subía a las escaleras lentamente, Bellia caminó rápidamente hacía su hermana, quien servía con mucha paciencia, una sopa con un rico aroma en unos platos elegantes. La hermana mayor, parecía no estar contenta, sus ojos cobrizos se mostraban enojados, cosa que Noir no le prestaba atención y seguía sirviendo el desayuno en el comedor. Al terminar de poner el último cubierto, volteó a ver a Bellia, quien le miraba de manera reprobatoria y de brazos cruzados.
- ¿Qué ocurre? -
- ¿No tienes vergüenza? No sólo no nos recibiste en la entrada, tuvimos que encontrarnos con esa prostituta en la entrada. -
- No es una prostituta, Isabelle es una agradable y fiel cortesana, no te permito que la insultes cuando es la compañía más agradable que tengo. -
- Prostituta, cortesana, es lo mismo. - Señaló la hermana a Noir quien le miraba fijamente. - Más vale que mi hija no vea tus depravaciones, o en verdad me molestaré. -
- ¿Y qué harás? Ya suficiente tengo con ser olvidada por la familia ¿O no? -
- Te correré de esta mansión. -
Esas palabras calaron en Noir, cambiando su rostro frío por uno temeroso, junto a unas manos temblorosas que se acercaban a su pecho, como si fuese una retracción para sentirse protegida. Bellia suspiró al notar esa reacción esperada de su hermana, lo único que parecía estimar en su vida era aquella casa, por eso, más que amenazarla, tenía que buscar una manera de convencerla de dejarla y llevarla a la ciudad, donde podrían “curar” sus gustos morbosos.
- Noir, no vine a pelear contigo, quiero que reconsideres lo que te he escrito en las cartas, ven conmigo, aún estás en edad para buscar un buen hombre, en hacer familia, olvidarte de eso. -
- No, no lo entiendes, no soy como tú, no quiero irme de aquí. -
- Mira que mi hija está feliz con la idea de que vivas con nosotras ¿Acaso piensas romperle el corazón? ¿Acaso no te alegró conocerla? -
- Algo… Me recuerda a ti. - Contestó la morena mientras miraba a su hermana con su mirada apagada. - Dejemos el tema para otro día ¿Sí? Tuvieron un viaje largo. -
- Está bien, pero, es una promesa, lo retomaremos otro día, ahora, déjame voy por esta niña, seguro se puso a ver todos los cuartos, esa curiosidad la sacó de su tía, tú te portabas como ella a su edad. -
- No lo creo. -
En el segundo piso de la mansión, tal cual dijo la madre, Leonor corría por las habitaciones, abriendo cuarto tras cuarto, era como si esa casa no tuviera fin de lo enorme que era, había tanto por explorar que, sin dudas, no se aburriría en la semana que estarían ahí, tendría mucho que contarle a su padre al volver de sus aventuras en la mansión de Norwich. La jovencita, se detuvo en uno de los corredores, mirando directamente hacía una puerta muy rara, al abrirla, vio que había unas escaleras, tal vez, iban al primer piso, por lo que decidió bajar y sorprender a su mamá por encontrar ese pasaje.
- Está casa es grandiosa, es como un laberinto. - Pensaba Leonor mientras bajaba las escaleras, notando un aroma en el ambiente. - Huele a flores y agua ¿Acaso será un jardín? ¡Si, un jardín! -
La chica bajó las escaleras más a prisa, logrando atinarles a sus sospechas, en medio del ala izquierda de la mansión, con los corredores alrededor de él, había un gran jardín, con un pequeño pasillo en el medio y un puente, por debajo del mismo, una pequeña corriente de agua cristalina corría, tal vez, algún manantial propio de la casa para tener agua siempre. Leonor estaba anonadada, la belleza de ese lugar le hacía pensar que su tía amaba las flores, ya que lucían en perfecta armonía, alineadas creando hermosos patrones y su cuidado era ejemplar, al menos, había encontrado un tema para platicar con ella. Pero, no todo era alegría, algo no cuadraba, el ambiente en esa zona especifica de la casa, parecía algo oscura, al levantar la mirada, el cielo antes azul lucía nublado, apagando poco a poco la luz del Sol, todo tan fuera de lo natural.
- Que raro, juro que pensé que hoy sería un día muy soleado. - Pensó Leonor bajando su mirada lentamente, sintiendo la piel erizarse por algo inesperado.
Frente a Leonor, una figura femenina se erigía en medio del puente, soportando apenas el viento que se arremolinaba en el jardín, de piel pálida casi transparente, de vestido negro que le recordaba al de las gitanas y un cabello blanco, lo más inusual en esa presencia, eran sus pies descalzos, una cadena en su tobillo que no parecía tener final y unos ojos color ámbar, tan brillantes como la luz que liberaba el candil de su mano.

- Volviste. -
- ¡Leonor! ¿Dónde estás? -
Leonor escuchó el grito de su madre que provenía desde las escaleras por donde bajó, volteando para ver si ella no bajaba, al volver su mirada hacía donde estaba esa chica, ya no había nada, era como si lo que vio fuese parte de su imaginación. La chica lentamente subió por las escaleras, sin dejar de mirar hacía atrás, pensando en lo que vio, cerrando la puerta con cuidado para que no supieran que bajó sin permiso a ese lugar, para luego, correr a su cuarto antes de que su madre la descubriera.
- ¡Leonor! - Gritó la madre entrando varios segundos después que su hija, que trataba de no evidenciar su agitación. - ¿Qué no me escuchas? Llevo rato diciendo que bajes a desayunar. -
- Ya voy, mamá… Oye, mamá ¿Mi tía ha vivido sola todo este tiempo? -
- Sí, solamente Ernest que ha trabajado para la familia desde que tengo memoria, es quien le sirve yendo y viniendo desde Cambridge, y parece que ahora le hace compañía su pu… Su asistente. - Corrigió la mujer antes de ser altisonante. - Vamos, baja rápido, luego desempacas. -
- Está bien. -
Antes de salir de su habitación, Leonor miró hacia la ventana, seguía soleado, no tenía sentido, hace unos minutos, el cielo estaba nublado, como si la noche acechara con llegar más temprano, aunque, eso era lo de menos ¿Quién era esa chica que vio? ¿En verdad vio a alguien?
oAo así empieza este fic de misterio y terror por este jaladoween, más que un fanfic original, lo puedo considerar un fanfic como tal, ya que está inspirado en los álbumes conceptuales Abigail y Abigail II, de uno de mis artistas favoritos, King Diamond, el maestro del black metal y quien trajo el terror y horror de los clásicos del género literario y más allá al metal. :3 Les dejo está grandiosa canción, toda una obra de culto, para ambientarles en esta historia.
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