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Advertencia:
Esta historia contiene un alto contenido de lenguaje sexual explicito, si eres sensible a este tipo de Lectura por favor cambia de historia.
1
EL MÉDICO
KAKASHI
Si una clínica privada es elegida la número uno del estado y una de las cinco mejores del país por enésimo año consecutivo, el premio debería ser la erradicación total de mañanas como la de hoy. Esta ha sido la tercera vez esta semana que me he encontrado cara a cara con una paciente con la que estaba perdiendo el tiempo. Cara a cara con una paciente que quería que yo personalmente examinara su coño.
—Por enésima vez, señora Terumi... —Hice clic con el bolígrafo—. No le pasa absolutamente nada. Sus análisis de orina y sangre son sanísimos, y está desperdiciando tanto su tiempo como el mío. Tengo pacientes esperándome para tratar temas realmente serios.
—Lo sé, y yo soy una de ellos. —Sonrió y, con un gesto juguetón, tiró del dobladillo de su vestido de seda por encima de sus muslos—. Siento que me está ocurriendo algo extraño aquí abajo...
—¿Ahí abajo? Estoy seguro de que es capaz de decir «vagina», si se refiere a eso.
—Vale. Me está pasando algo en... la vagina. —Se mordió el labio y sonrió de nuevo.
«Hoy no estoy de humor para estas mierdas».
Dejé su expediente a un lado y comencé a escribir una anotación:
«A la paciente no le pasa nada malo».
Era la cuarta citología que le hacía en cuatro meses, la definición misma de la palabra «innecesario».
—Como ya le he dicho, señora Terumi —dije, negando con la cabeza—, no solo debería irse a casa: es necesario que lo haga.
—No estoy convencida. —Se cruzó de brazos—. ¿No puede comprobarlo otra vez?
—No.
—¿No? No puede decirme «no».
—¿Prefiere que le diga «no follaremos»? No me mire boquiabierta, señora Terumi. No es no.
—¿No ha hecho el juramento hipocrático? —Movió un dedo delante de mi cara—. ¿No hay algo en él referente a tratar a las personas con amabilidad y simpatía? Estoy segura de que eso significa que tiene que preocuparse de sus pacientes, es decir, de mí, y que debe creerles cuando le dicen que les duele algo.
—En primer lugar, usted es no mi paciente, y esta no es mi especialidad. En segundo lugar, sabe muy bien que su médica de cabecera, la doctora Inuzuka, siempre está fuera los jueves, así que ni siquiera debería haber venido hoy.
—También sé que usted ha realizado más citologías antes en ausencia de la doctora Inuzuka. He tratado de reservar una cita con usted en su especialidad, pero la recepcionista siempre me dice que no hay hueco. De todos modos... —Entrecerró los ojos mirándome—. Me gustaría que pusiera educadamente la cabeza entre mis piernas y me examinara la vagina, doctor Hatake. Hágalo ahora, o le dejaré una reseña negativa de dos estrellas.
—¿Por qué no dejar una crítica de una estrella?
—No estoy bromeando. Mi hija trabaja en la sección de local de The New York Times, y haré una crítica feroz tanto a usted como a la clínica; les llevará años recuperar la reputación que tienen.
Puse los ojos en blanco y cogí un par de guantes.
—Súbase a la camilla, por favor.
Sonrió y se acomodó en la camilla, echándose hacia atrás, como si eso fuera lo más maravilloso de su vida. Llamé a una enfermera y esperé a que entrara en la habitación: quería asegurarme de que hubiera alguien presente como testigo de la consulta.
La enfermera se sonrojó mientras ponía lo necesario en el carrito y me lo acercaba. Cuando me di cuenta de que literalmente iba a ponerse roja y a reírse por lo bajo cada vez que murmurara una palabra, acepté que no era mi día.
—Ponga los pies en los estribos y separe las piernas, señora Terumi.
—Con mucho gusto. —Siguió mis instrucciones, abriendo los muslos mucho más de lo necesario.
Me senté en el taburete y tomé posición entre sus piernas; encendí la luz para examinarla y cogí el espéculo. Iba a asegurarme de que fuera el examen más rápido y eficiente de la historia. Había hecho demasiados en los últimos meses, y estaba seguro de que podía llevarlo a cabo con los ojos cerrados.
Suspirando, le raspé el cuello del útero en busca de las células necesarias para la prueba, y aunque percibí una pequeña irregularidad, sabía que no era suficiente para justificar un nuevo examen.
—Todo está bien, señora Terumi —concluí, quitándome los guantes y tirándolos a la basura—. Ya puede incorporarse.
—¿Qué? ¿Eso es todo? —No se movió—. Todavía no me ha reconocido la pelvis. ¿Y qué hay de los senos? ¿No se supone que debe tocármelos en busca de bultos?
«Dios...»
—La doctora Inuzuka le ha examinado los senos hace cinco semanas, así que estoy muy seguro de que los resultados permanecen inalterados. Pero, si lo desea, puedo pedirle a la enfermera Mitarashi que se quede en la habitación con usted y que le haga una palpación. Incluso le pediré que no se la cobre: lo tramitaremos como consulta pro bono.
—Doctor Hatake, haré lo que considere necesario... —La enfermera Mitarashi se sonrojó y soltó una risita tonta.
—Creo que paso. —La señora Terumi se sentó y se cruzó de brazos.
—Ya me imaginaba. —Cogí el expediente y escribí algunas notas—. Como le he dicho antes de comenzar, no hay nada alarmante «ahí abajo», aunque me da la impresión de que podría estar desarrollando una infección menor por hongos.
—Ya le he dicho que era algo serio. Incluso suena grave, tan grave que apuesto algo a que no hay una cura para ello.
—En el Wal-Mart venden cura para todo —dije—. La mayoría de las mujeres pueden diagnosticarse una infección de esa clase por sí mismas.
—Bueno, pues yo prefiero un trato más personal. —Se echó hacia adelante y me puso la mano en el hombro—. ¿Está seguro de que no quiere usar esos largos dedos para profundizar un poco y asegurarse de no tengo nada malo más dentro?
Inmediatamente me puse de pie y arranqué la hoja de recetas de mi libreta.
—La infección debería quedar resuelta en las cuarenta y ocho próximas horas si empieza hoy el tratamiento y sigue las instrucciones.
—¿Y en el caso de que no siga bien las instrucciones? ¿No puede hacerme el seguimiento?
Le lancé una mirada inexpresiva.
—Que tenga un buen día, señora Terumi. Gracias por su ayuda, enfermera Mitarashi. —Salí de la consulta antes de que alguna de ellas pudiera añadir una palabra más y me dirigí directamente al escritorio de mi ayudante, Ayame.
—¿Puedo ayudarle en algo, doctor Hatake? —Me miró mientras me acercaba.
—Sí. Juraría que te di indicaciones muy claras: ¿no acordamos que no quería que me enviaras a los pacientes sin cita previa de la doctora Inuzuka cuando esta tuviera días libres, y que, si lo hacías, tenía que ser como último recurso?
—Usted ha sido el ultimísimo recurso. Todos los demás tenían una cita a las ocho.
«Genial...».
—¿Hay alguna variación más en mi agenda?
—Muchas. —Cogió una caja y me la entregó—. El premio por ser la clínica privada número uno en el estado llegó por correo ayer por la noche. La cita de las diez ha sido reprogramada para las cuatro, la de la una quiere cambiar la sesión en persona por una llamada telefónica, y he rellenado todos los jarrones de su despacho con un nuevo suministro de regalices.
—Gracias, Ayame. ¿Eso es todo?
—En realidad, hay una última cosa. La doctora Katō ha regresado de Hawái y está en su consulta esperándole. Dice que es importante.
—Estoy seguro de que no lo es. —Llevé la caja por el pasillo hasta mi despacho.
Efectivamente, la doctora Katō, también conocida como doctora Nunca-estoy-aquí, estaba sentada en el sofá para los pacientes, hablando por teléfono. De hecho, me sorprendió verla ahí tan temprano, ya que recientemente se había convertido en una celebridad. Era el tercer miembro de mi personal que se había perdido en el mundo de la «medicina de la televisión». Cada vez que me daba la vuelta, estaba firmando un nuevo contrato para escribir libros, aparecer en un programa de televisión u organizar una costosa conferencia. Todo salvo practicar medicina.
—Doctor Hatake, no parece contento de verme hoy... —Puso fin a la llamada telefónica mientras yo tomaba asiento tras mi escritorio—. ¿Qué he hecho ahora?
—Nada. Literalmente.
Se rio.
—¿Sabes?, en serio, no tengo ni idea de por qué le gustas tanto a mi marido.
—¿Has venido a mi despacho para hablar sobre tu vida personal? Tendré que cobrarte por ello.
—No, por favor. —Sacó un grueso documento del bolso y lo deslizó hacia mí por encima de la mesa—. Es necesario que firmes la declaración conjunta del nuevo programa especial para residentes. Eres el único médico de la clínica que no lo ha firmado.
—¿Programa para residentes? Juraría que ya tenemos tres y que acordamos contratar a un nuevo médico.
—Los residentes son médicos.
—Son médicos que necesitan niñera. —Pasé las páginas—. He aceptado utilizar los nuevos fondos para un médico con licencia y útil para la clínica. No pienso firmar eso.
—Todos los demás han estado de acuerdo, y ya hemos seleccionado a una candidata con mucho talento, así que no voy a discutir contigo. Y si no recuerdo mal, han sido doce votos positivos con solo uno en contra, el tuyo, por lo que técnicamente no has estado de acuerdo y tienes que ceder ante el resto de nosotros.
Suspiré y garabateé mi firma en la primera y en la última página del documento.
—Y para que lo sepas —añadió—: las enfermeras murmuran mucho más sobre ti últimamente. Lo estás volviendo a hacer.
Arqueé una ceja, esperando una explicación.
—Estar en guardia, enfadarte más rápido de lo normal y, bueno..., sencillamente ser una versión mejorada de ti mismo, supongo. —Sonrió—. Sé que esta clínica es el legado de tu familia, pero, en serio, hay vida más allá de estas paredes.
—No, lo que necesito es que los médicos que están dentro de estas paredes se presenten y ejerzan sus putos trabajos.
—¿Ves? ¿Ves lo irritable que puede resultarme tratar de ser amable contigo?
—Sal de mi despacho, Katō.
—Ya me voy. —Cogió el documento y se puso de pie—. Por cierto, ¿qué le ha pasado a esa preciosa y tierna mujer que te presenté hace unas semanas?
—No ha funcionado.
—¿No ha funcionado o no has permitido que funcionara?
—Un poco de cada cosa. —La mujer en cuestión había sido su amiga en la infancia, y, de hecho, era preciosa y tierna, pero en el momento en que comenzó a balbucir que quería casarse y tener al menos cuatro hijos, cuando solo llevábamos una hora juntos, perdí con rapidez cualquier interés en ella.
—Bueno, hazme un favor —dijo la doctora Katō, mientras iba hacia la puerta—. Prueba con las citas online o busca un pasatiempo para esos días que raramente tienes libres. No repetiré esto ni admitiré haberlo dicho, pero... eres demasiado guapo para pasar el resto de tu vida solo.
—Muchas gracias, doctora Katō. ¿Tengo que pagarte por ese psicoanálisis que no te he pedido o tus malos consejos son gratuitos?
Me mostró el dedo corazón y, cerrando la puerta impetuosamente a su espalda, salió de mi despacho.
Sin que ella ni mi equipo lo supieran, tenía un pasatiempo secreto: el sexo. Lo que ocurría era que no había tenido tiempo de disfrutarlo durante los seis últimos meses debido a una sobrecarga de trabajo..., gracias a ellos. Y sin duda era un gran admirador de las citas online... hasta que conocí a muchas mujeres seguidas que andaban buscando relaciones permanentes. Ahora me limitaba a navegar por los escasos sitios donde mantenía cuentas y seguía charlando con la especie de amiga que había hecho: JerseyGirl7.
La había conocido en NewYorkMinute el sitio más exclusivo y privado para los profesionales de élite de la ciudad. Un sitio que se había forjado alrededor de la idea de que la primera cita debía programarse después de tres conversaciones. Ningún perfil tenía nombre ni imagen, solo una serie de párrafos reveladores y el porcentaje de «capacidad de emparejamiento» basado en las preguntas que se habían respondido.
Por alguna razón, JerseyGirl7 era cien por cien compatible conmigo, pero nunca había deseado conocerla en persona, porque no confiaba en los resultados. Por un lado, pensaba que ella tenía que haber respondido de coña para que le saliera una buena compatibilidad sexual conmigo, y, por otro, no tenía la energía ni el tiempo necesarios para sufrir otra posible decepción. No solo eso, sino que realmente disfrutaba teniéndola como medio amiga, incluso aunque tuviera un sentido del humor demasiado inteligente y cierta tendencia a revelar demasiado sobre sus fantasías más profundas y guarras.
Con ella en mente, abrí sesión en NewYorkMinute y vi un mensaje suyo de hacía un par de horas.
Asunto: Tengo una cita este fin de semana y necesito tu consejo...
Creo que este viernes es el día en que ¡por fin! tendré sexo después de tantos meses de sequía.
Respóndeme al correo cuando tengas oportunidad o cuando termines con tus mal llamados pacientes. Sabes que no tienes que seguir mintiendo sobre que eres médico, ¿verdad? Nunca nos vamos a ver en persona, así que ¿por qué sigues pretendiendo constantemente ser algo que no eres? Solo dime lo que haces para vivir, y yo también te diré lo que hago. :-)
P. D.: Tenías razón sobre mi última cita. No terminó bien; él era un imbécil, como predijiste, pero ya eres lo suficientemente arrogante y no voy a hacer crecer tu ego ni un poco más.
JerseyGirl7
Volví a leer la última línea de su correo electrónico varias veces más y sonreí antes de cerrar la aplicación.
«Ya le responderé cuando salga...».
Esta historia es de Whitney G. Y los personajes pertenecen a M. Kishimoto.
Esta historia contiene un alto contenido de lenguaje sexual explicito, si eres sensible a este tipo de Lectura por favor cambia de historia.
1
EL MÉDICO
KAKASHI
Si una clínica privada es elegida la número uno del estado y una de las cinco mejores del país por enésimo año consecutivo, el premio debería ser la erradicación total de mañanas como la de hoy. Esta ha sido la tercera vez esta semana que me he encontrado cara a cara con una paciente con la que estaba perdiendo el tiempo. Cara a cara con una paciente que quería que yo personalmente examinara su coño.
—Por enésima vez, señora Terumi... —Hice clic con el bolígrafo—. No le pasa absolutamente nada. Sus análisis de orina y sangre son sanísimos, y está desperdiciando tanto su tiempo como el mío. Tengo pacientes esperándome para tratar temas realmente serios.
—Lo sé, y yo soy una de ellos. —Sonrió y, con un gesto juguetón, tiró del dobladillo de su vestido de seda por encima de sus muslos—. Siento que me está ocurriendo algo extraño aquí abajo...
—¿Ahí abajo? Estoy seguro de que es capaz de decir «vagina», si se refiere a eso.
—Vale. Me está pasando algo en... la vagina. —Se mordió el labio y sonrió de nuevo.
«Hoy no estoy de humor para estas mierdas».
Dejé su expediente a un lado y comencé a escribir una anotación:
«A la paciente no le pasa nada malo».
Era la cuarta citología que le hacía en cuatro meses, la definición misma de la palabra «innecesario».
—Como ya le he dicho, señora Terumi —dije, negando con la cabeza—, no solo debería irse a casa: es necesario que lo haga.
—No estoy convencida. —Se cruzó de brazos—. ¿No puede comprobarlo otra vez?
—No.
—¿No? No puede decirme «no».
—¿Prefiere que le diga «no follaremos»? No me mire boquiabierta, señora Terumi. No es no.
—¿No ha hecho el juramento hipocrático? —Movió un dedo delante de mi cara—. ¿No hay algo en él referente a tratar a las personas con amabilidad y simpatía? Estoy segura de que eso significa que tiene que preocuparse de sus pacientes, es decir, de mí, y que debe creerles cuando le dicen que les duele algo.
—En primer lugar, usted es no mi paciente, y esta no es mi especialidad. En segundo lugar, sabe muy bien que su médica de cabecera, la doctora Inuzuka, siempre está fuera los jueves, así que ni siquiera debería haber venido hoy.
—También sé que usted ha realizado más citologías antes en ausencia de la doctora Inuzuka. He tratado de reservar una cita con usted en su especialidad, pero la recepcionista siempre me dice que no hay hueco. De todos modos... —Entrecerró los ojos mirándome—. Me gustaría que pusiera educadamente la cabeza entre mis piernas y me examinara la vagina, doctor Hatake. Hágalo ahora, o le dejaré una reseña negativa de dos estrellas.
—¿Por qué no dejar una crítica de una estrella?
—No estoy bromeando. Mi hija trabaja en la sección de local de The New York Times, y haré una crítica feroz tanto a usted como a la clínica; les llevará años recuperar la reputación que tienen.
Puse los ojos en blanco y cogí un par de guantes.
—Súbase a la camilla, por favor.
Sonrió y se acomodó en la camilla, echándose hacia atrás, como si eso fuera lo más maravilloso de su vida. Llamé a una enfermera y esperé a que entrara en la habitación: quería asegurarme de que hubiera alguien presente como testigo de la consulta.
La enfermera se sonrojó mientras ponía lo necesario en el carrito y me lo acercaba. Cuando me di cuenta de que literalmente iba a ponerse roja y a reírse por lo bajo cada vez que murmurara una palabra, acepté que no era mi día.
—Ponga los pies en los estribos y separe las piernas, señora Terumi.
—Con mucho gusto. —Siguió mis instrucciones, abriendo los muslos mucho más de lo necesario.
Me senté en el taburete y tomé posición entre sus piernas; encendí la luz para examinarla y cogí el espéculo. Iba a asegurarme de que fuera el examen más rápido y eficiente de la historia. Había hecho demasiados en los últimos meses, y estaba seguro de que podía llevarlo a cabo con los ojos cerrados.
Suspirando, le raspé el cuello del útero en busca de las células necesarias para la prueba, y aunque percibí una pequeña irregularidad, sabía que no era suficiente para justificar un nuevo examen.
—Todo está bien, señora Terumi —concluí, quitándome los guantes y tirándolos a la basura—. Ya puede incorporarse.
—¿Qué? ¿Eso es todo? —No se movió—. Todavía no me ha reconocido la pelvis. ¿Y qué hay de los senos? ¿No se supone que debe tocármelos en busca de bultos?
«Dios...»
—La doctora Inuzuka le ha examinado los senos hace cinco semanas, así que estoy muy seguro de que los resultados permanecen inalterados. Pero, si lo desea, puedo pedirle a la enfermera Mitarashi que se quede en la habitación con usted y que le haga una palpación. Incluso le pediré que no se la cobre: lo tramitaremos como consulta pro bono.
—Doctor Hatake, haré lo que considere necesario... —La enfermera Mitarashi se sonrojó y soltó una risita tonta.
—Creo que paso. —La señora Terumi se sentó y se cruzó de brazos.
—Ya me imaginaba. —Cogí el expediente y escribí algunas notas—. Como le he dicho antes de comenzar, no hay nada alarmante «ahí abajo», aunque me da la impresión de que podría estar desarrollando una infección menor por hongos.
—Ya le he dicho que era algo serio. Incluso suena grave, tan grave que apuesto algo a que no hay una cura para ello.
—En el Wal-Mart venden cura para todo —dije—. La mayoría de las mujeres pueden diagnosticarse una infección de esa clase por sí mismas.
—Bueno, pues yo prefiero un trato más personal. —Se echó hacia adelante y me puso la mano en el hombro—. ¿Está seguro de que no quiere usar esos largos dedos para profundizar un poco y asegurarse de no tengo nada malo más dentro?
Inmediatamente me puse de pie y arranqué la hoja de recetas de mi libreta.
—La infección debería quedar resuelta en las cuarenta y ocho próximas horas si empieza hoy el tratamiento y sigue las instrucciones.
—¿Y en el caso de que no siga bien las instrucciones? ¿No puede hacerme el seguimiento?
Le lancé una mirada inexpresiva.
—Que tenga un buen día, señora Terumi. Gracias por su ayuda, enfermera Mitarashi. —Salí de la consulta antes de que alguna de ellas pudiera añadir una palabra más y me dirigí directamente al escritorio de mi ayudante, Ayame.
—¿Puedo ayudarle en algo, doctor Hatake? —Me miró mientras me acercaba.
—Sí. Juraría que te di indicaciones muy claras: ¿no acordamos que no quería que me enviaras a los pacientes sin cita previa de la doctora Inuzuka cuando esta tuviera días libres, y que, si lo hacías, tenía que ser como último recurso?
—Usted ha sido el ultimísimo recurso. Todos los demás tenían una cita a las ocho.
«Genial...».
—¿Hay alguna variación más en mi agenda?
—Muchas. —Cogió una caja y me la entregó—. El premio por ser la clínica privada número uno en el estado llegó por correo ayer por la noche. La cita de las diez ha sido reprogramada para las cuatro, la de la una quiere cambiar la sesión en persona por una llamada telefónica, y he rellenado todos los jarrones de su despacho con un nuevo suministro de regalices.
—Gracias, Ayame. ¿Eso es todo?
—En realidad, hay una última cosa. La doctora Katō ha regresado de Hawái y está en su consulta esperándole. Dice que es importante.
—Estoy seguro de que no lo es. —Llevé la caja por el pasillo hasta mi despacho.
Efectivamente, la doctora Katō, también conocida como doctora Nunca-estoy-aquí, estaba sentada en el sofá para los pacientes, hablando por teléfono. De hecho, me sorprendió verla ahí tan temprano, ya que recientemente se había convertido en una celebridad. Era el tercer miembro de mi personal que se había perdido en el mundo de la «medicina de la televisión». Cada vez que me daba la vuelta, estaba firmando un nuevo contrato para escribir libros, aparecer en un programa de televisión u organizar una costosa conferencia. Todo salvo practicar medicina.
—Doctor Hatake, no parece contento de verme hoy... —Puso fin a la llamada telefónica mientras yo tomaba asiento tras mi escritorio—. ¿Qué he hecho ahora?
—Nada. Literalmente.
Se rio.
—¿Sabes?, en serio, no tengo ni idea de por qué le gustas tanto a mi marido.
—¿Has venido a mi despacho para hablar sobre tu vida personal? Tendré que cobrarte por ello.
—No, por favor. —Sacó un grueso documento del bolso y lo deslizó hacia mí por encima de la mesa—. Es necesario que firmes la declaración conjunta del nuevo programa especial para residentes. Eres el único médico de la clínica que no lo ha firmado.
—¿Programa para residentes? Juraría que ya tenemos tres y que acordamos contratar a un nuevo médico.
—Los residentes son médicos.
—Son médicos que necesitan niñera. —Pasé las páginas—. He aceptado utilizar los nuevos fondos para un médico con licencia y útil para la clínica. No pienso firmar eso.
—Todos los demás han estado de acuerdo, y ya hemos seleccionado a una candidata con mucho talento, así que no voy a discutir contigo. Y si no recuerdo mal, han sido doce votos positivos con solo uno en contra, el tuyo, por lo que técnicamente no has estado de acuerdo y tienes que ceder ante el resto de nosotros.
Suspiré y garabateé mi firma en la primera y en la última página del documento.
—Y para que lo sepas —añadió—: las enfermeras murmuran mucho más sobre ti últimamente. Lo estás volviendo a hacer.
Arqueé una ceja, esperando una explicación.
—Estar en guardia, enfadarte más rápido de lo normal y, bueno..., sencillamente ser una versión mejorada de ti mismo, supongo. —Sonrió—. Sé que esta clínica es el legado de tu familia, pero, en serio, hay vida más allá de estas paredes.
—No, lo que necesito es que los médicos que están dentro de estas paredes se presenten y ejerzan sus putos trabajos.
—¿Ves? ¿Ves lo irritable que puede resultarme tratar de ser amable contigo?
—Sal de mi despacho, Katō.
—Ya me voy. —Cogió el documento y se puso de pie—. Por cierto, ¿qué le ha pasado a esa preciosa y tierna mujer que te presenté hace unas semanas?
—No ha funcionado.
—¿No ha funcionado o no has permitido que funcionara?
—Un poco de cada cosa. —La mujer en cuestión había sido su amiga en la infancia, y, de hecho, era preciosa y tierna, pero en el momento en que comenzó a balbucir que quería casarse y tener al menos cuatro hijos, cuando solo llevábamos una hora juntos, perdí con rapidez cualquier interés en ella.
—Bueno, hazme un favor —dijo la doctora Katō, mientras iba hacia la puerta—. Prueba con las citas online o busca un pasatiempo para esos días que raramente tienes libres. No repetiré esto ni admitiré haberlo dicho, pero... eres demasiado guapo para pasar el resto de tu vida solo.
—Muchas gracias, doctora Katō. ¿Tengo que pagarte por ese psicoanálisis que no te he pedido o tus malos consejos son gratuitos?
Me mostró el dedo corazón y, cerrando la puerta impetuosamente a su espalda, salió de mi despacho.
Sin que ella ni mi equipo lo supieran, tenía un pasatiempo secreto: el sexo. Lo que ocurría era que no había tenido tiempo de disfrutarlo durante los seis últimos meses debido a una sobrecarga de trabajo..., gracias a ellos. Y sin duda era un gran admirador de las citas online... hasta que conocí a muchas mujeres seguidas que andaban buscando relaciones permanentes. Ahora me limitaba a navegar por los escasos sitios donde mantenía cuentas y seguía charlando con la especie de amiga que había hecho: JerseyGirl7.
La había conocido en NewYorkMinute el sitio más exclusivo y privado para los profesionales de élite de la ciudad. Un sitio que se había forjado alrededor de la idea de que la primera cita debía programarse después de tres conversaciones. Ningún perfil tenía nombre ni imagen, solo una serie de párrafos reveladores y el porcentaje de «capacidad de emparejamiento» basado en las preguntas que se habían respondido.
Por alguna razón, JerseyGirl7 era cien por cien compatible conmigo, pero nunca había deseado conocerla en persona, porque no confiaba en los resultados. Por un lado, pensaba que ella tenía que haber respondido de coña para que le saliera una buena compatibilidad sexual conmigo, y, por otro, no tenía la energía ni el tiempo necesarios para sufrir otra posible decepción. No solo eso, sino que realmente disfrutaba teniéndola como medio amiga, incluso aunque tuviera un sentido del humor demasiado inteligente y cierta tendencia a revelar demasiado sobre sus fantasías más profundas y guarras.
Con ella en mente, abrí sesión en NewYorkMinute y vi un mensaje suyo de hacía un par de horas.
Asunto: Tengo una cita este fin de semana y necesito tu consejo...
Creo que este viernes es el día en que ¡por fin! tendré sexo después de tantos meses de sequía.
Respóndeme al correo cuando tengas oportunidad o cuando termines con tus mal llamados pacientes. Sabes que no tienes que seguir mintiendo sobre que eres médico, ¿verdad? Nunca nos vamos a ver en persona, así que ¿por qué sigues pretendiendo constantemente ser algo que no eres? Solo dime lo que haces para vivir, y yo también te diré lo que hago. :-)
P. D.: Tenías razón sobre mi última cita. No terminó bien; él era un imbécil, como predijiste, pero ya eres lo suficientemente arrogante y no voy a hacer crecer tu ego ni un poco más.
JerseyGirl7
Volví a leer la última línea de su correo electrónico varias veces más y sonreí antes de cerrar la aplicación.
«Ya le responderé cuando salga...».
Esta historia es de Whitney G. Y los personajes pertenecen a M. Kishimoto.