Digital Hazard

Picture by Sasasi

Picture By Crazy Aristocrazy
Bueno, este un Fanfic, que precede al interfic-> Digimon: La Amenaza de Arkadimon. Un breve (MUY BREVE) resumen:
Los Olímpicos antes gobernaban el Mundo Digital. Sin embargo, sus errores les costaron la destitución de su cargo, siendo remplazados por los Tres Grandes Ángeles. Ahora, buscan venganza, y recuperar el lugar que les pertenece. ¿Lo lograran?
*NOTA*:
Este Fanfic esta siendo publicado en Fanfiction.net y en Foros Pikaflash a la vez. (dónde están mucho más avanzados) Me decidí publicarlo también aquí para umentar el nº de lectores. Además, el fic se empezó a escribir cuando sólo estaban revelados 8 de los 12 olímpicos (olympus twelve). Además, los capítulos iran siend comentados paulatinamente en el blog que llevo con un amigo: Digimon Travel (para que os pase el link, mandadme un mensaje al perfil)
HE AQUÍ EL PRÓLOGO:
Prologo: Cuando la Bondad Torna Odio
Todos estaban reunidos. Ocho figuras portentosas se encontraban sentados cómodamente en sus respectivas sillas. Estaban perfectamente colocados para envolver completamente la mesa. Sobre ella, cada uno tenía colocada una copa de vino: algunas ya completamente vacías, otras por la mitad, a excepción de una que seguía intacta.
Presidiendo, se encontraba una figura imponente. De su cara, solo se podía vislumbrar levemente su boca, pues su máscara lobuna le cubría el resto del rostro.
Levantó su rudimentario cuchillo, y lo depositó de un golpe en la mesa. Dio un puñetazo firme contra la madera de la misma, haciendo saltar los restos de vino de su copa.
El resto de los presentes no se inmutaron, le conocían: demasiados años gobernando juntos el Mundo Digital.
Carraspeó, lo que significaba que iba a comenzar su gran discurso. A pesar de la forma tan ruda de hablar que solía utilizar, en muchos de sus discursos, utilizaba palabras elocuentes, que incitaban a seguirle allá a dónde vaya. Sabía conectar con la gente.
-Os he convocado aquí por un motivo. Todos los sabéis. Hemos pasado demasiados años a la sombra. Antes, éramos la ley. Gobernábamos de forma eficaz e implacable. Pero la codicia y ambición de los que ahora son nuestros enemigos, les hizo revocarnos del cargo. No sin antes librar una cruenta batalla, de la que conseguimos escapar ilesos. Ahora somos más fuertes. También más sabios. Es hora de contraatacar.-
Hizo una breve pausa, esperando el cese de la ovación general. Contempló satisfecho los gestos afirmativos del resto de los asistentes.
-Para que nos vamos a engañar. – prosiguió. – Actualmente, solo poseemos pequeños territorios. Pesad en aquellos reinos que alguna vez fueron nuestros. Éramos imparables. Y podemos volver a serlo. Pero para ello, debemos actuar. Es por eso por lo que os he reunido aquí, en mi Palacio de los Espejos.-
Una de ellos hizo ademán de levantarse, pero su compañero la agarró firmemente y la sentó.
-Siéntate. Aún no ha terminado.- dijo tajantemente. Su melena rubia quedó al descubierto. Cayó como una cascada, pero enseguida la apartó. Le parecía una falta de respeto.
La mujer que había intentado abandonar la sala le miró directamente a los ojos. Se respetaban, más no se llevaban muy bien. Eran opuestos: Sol y Luna, Agua y Fuego... No podrían sobrevivir el uno sin el otro, pero tampoco juntos.
Una risita resonó por toda la estancia. Los presentes miraron a una de las esquinas de la mesa. Junto a una copa de vino intacta, sus botas estaban apoyadas en la mesa. Lucía una sonrisa burlona, cabe decir infantil.
-Volviendo con el tema, abriremos el debate. Decidme dioses, ¿lucharemos por lo que es nuestro?-
-¿Estás seguro de lo que propones? ¿Estás dispuesto a originar una guerra, Mercurymon?- dijo la figura que había intentado marcharse.
-Sería divertido Dianamon.- alguien añadió desde la esquina de la mesa. - Mi alter ego podría salir de nuevo a la luz.-
-Aguarda hasta el momento oportuno, querida Minervamon. Solo debes adoptar esa forma en batalla. Es muy descontrolada.- dijo Mercurymon.
-Estoy de acuerdo.- admitió Dianamon. – Es cierto que nos lo han arrebatado todo. Pero habría que controlar nuestros métodos. –
-¿Alguien más quiere dar su opinión?- preguntó Mercurymon.
No hubo respuesta.
-Apollomon, tú deberías ser el más interesado. Piensa en tus antiguos territorios. Ahora piensa en Bright Zone... Es una pena, no crees. Incluso Dianamon esta de acuerdo. Y si no fuera por ti, sabes que se habría marchado hace mucho. ¿Qué me dices?-
-Suena tentador la verdad...- contestó.
-Bien...- exclamó el revolucionario.
-Yo tengo una duda.- exclamó otra figura, que hasta entonces no había tomado parte en el debate.
Se levantó y comenzó a pasearse por la sala. A pesar de la oscuridad en la que se encontraban, podía distinguirse de los demás casi con suma facilidad. Su cuerpo esbelto de bailarina se dirigió finalmente de puntillas a Mercurymon. Acercó su cara al oído del olímpico. Una de sus cintas les cubrió, para que los demás no les entendieran.
-¿Y eso nos conviene?- murmuró.
-Por supuesto.- entonó Mercurymon.
Tras oír su respuesta, amagó hasta donde se encontraba Apollomon, pero regresó a su sitió. Varios presentes la lanzaron miradas preocupantes: no les gustaba lo que acababan de presenciar.
-Vulcanusmon, ¿podrás hacer nuevas armas?-
El viejo dios cruzó todos sus brazos. Sin duda, era el más mayor de los presentes, no por mucho tiempo, pero lo era. Los años no se le marcaban en el rostro cubierto de vendas, pero lo hacía notar en su carácter.
-Me plantearé tu propuesta: depende de cómo sucedan los acontecimientos siguientes.- contestó.
-Siento decirte que me opongo a tus planes Mercurymon.-
-¿Qué? Neptunemon, rey de los mares, ahora que estas felizmente casado vas a renunciar a todo, para gobernar una pequeña isla. Me decepcionas.-
Las palabras de Mercurymon le calaron en lo más hondo.
-Island Zone, no es solo una pequeña isla.- afirmó Neptunemon.
-Pero dominaste todos los océanos. Nos han relegado a todos a un cargo por debajo de nuestras posibilidades. Tendrás que admitir que tengo razón.- respondió Mercurymon.
Neptunemon asintió. Estaba empezando a recordar aquellos tiempos antes de que las Bestias Sagradas les relegaran. En aquellas arcaicas eras, eran felices. Más que ahora. Eran grandes. Mucho más que ahora.
-Solo quedas tú.- dijo Apollomon señalándole. - Mercurymon ha hecho bien convocándonos aquí. Todos hemos hablado, salvó tu persona.-
Sentado en un extremo, como si con él no fuera la cosa, se descubrió la última figura. Los grandes colmillos de su máscara relucieron por un instante. Mostraba indecisión. Miró al resto de Olímpicos. Al final, todos se habían decidido por él camino de la venganza.
ÉL ya lo había propuesto la primera vez, con desastrosas consecuencias. Pero el paso del tiempo parecía haber borrado la herida en algunos. Estaba convencido de que si él hubiera echo esa misma propuesta, no la hubieran aceptado.
-Lo estoy deseando.- admitió.
-Eso me gusta más.- exclamó Apollomon.
Ellos siempre habían sido amigos, para que ocultarlo. Tenían muchas cosas en común. Y eso era lo que les había echo inseparables.
-Ahora que nos hemos puesto de acuerdo, finalizaremos aquí la reunión. Meditad sobre lo que hoy hemos hablado. Nos reuniremos dentro de unos días. Yo me encargo de todo.- dijo Mercurymon, despidiéndose.
Todos fueron abandonando poco a poco la sala en la que se encontraban. La cantidad de pasos confusos de los que buscaban la salida, parecía rayar el cristal del que estaba hecho el suelo.
Cuando todos hubieron salido del palacio, Mercurymon abrió el gran ventanal que conducía a la terraza. Caminó con paso firme hasta la barandilla.
Observó como los demás se dispersaban en la oscuridad de la noche. Hoy era el nuevo comienzo. Hoy era el principio del fin. Pues como él decía: cuando la bondad torna odio, no se puede encontrar arma más poderosa.
FIN
Hast aquí el prólogo. En breve publicaré el capítulo 1, así pues, espero muchos comentarios.
Gracias por leer:
Digimon263
---------- Mensaje agregado el 23/09/2013 a las 16:32 ----------
Bueno, parece que nadie se ha animado a responder aún... Así pues, un incentivo, el capítulo 1...
Bueno, este es el cap. 1 Espero que les guste.
Capítulo 1: Tácticas de Seducción de una Diosa
La mañana posterior a la reunión, se despertó entusiasmada. Sabía que el "conflicto bélico" que iban a originar, iba a ser catastrófico. Tanto para sus enemigos, como para ellos.
Si no habían conseguido solucionar sus "pequeñas disputas" del pasado, estaba convencida de que no iban a poder combatir juntos. Pero como Minervamon había dicho: "sería divertido".
Hay que decir que ella había sido la causante de muchas ellas, y los que no se veían involucradas en ellas, siempre se lo recriminaban, pero la vida es así.
Dianamon la había advertido muchas veces que sus dotes no se debían utilizar de esa forma. Pero ella no la comprendía. Bastante tenía Dianamon con lidiar con Apolomon. Así pues, nunca la había hecho caso.
Retiró las sabanas de seda que la cubrían y se levantó de la cama. Miró por la ventana: hacía un día espléndido. Y estaba sola, que era lo mejor de todo. Vulcanusmon ya había partido hacía su forja.
Nunca había entendido por qué se había casado con él. En cierto modo, el resto de olímpicos la habían obligado. Él la había convencido. ÉL tenía la culpa. Y Dianamon, pues fue ella, quien se propuso unirles.
Todo tenía sus ventajas, hay que admitirlo. Vulcanusmon tenía buena mano para las joyas. Y gracias a eso, ahora poseía unas cuantas. Él la veneraba. Como ella se merecía.
Aun así, no buscaba eso.
Se arregló rápidamente. Fue bailando hasta la salida de su mansión.
Tras la "caída" de los Dioses, se había creado su propio paraíso. No podía compararse con los dominios que anteriormente poseía, pero era espléndido. Era una gran casa de piedra, aunque se asemejaba más a un templo. De estilo grecolatino, el techo estaba sostenido por miles de columnas con cabezales dóricos, jónicos y corintios, que se sucedían en una serie infinita. El interior estaba decorado por estatuas de ella misma en diferentes poses, además de los frescos que decoraban las paredes y techos de las diferentes estancias –siete en total-.
Descendió las escaleras del podium, y contempló el acantilado que rodeaba su hogar. En efecto, gobernaba una pequeña isla paradisíaca en medio del océano.
Levemente, alzó el vuelo, y como si descendiera unas escaleras invisibles, acabó en la playa. Originalmente era una plataforma de abrasión, pero usando sus poderes, la había convertido en su cala privada.
Cogió un puñado de arena y lo dejo caer. El aire lo arrastró. Sonrió. Entonces, comenzó a sumergirse, con cuidado de no arrugar su vestimenta.
Al cabo de un rato, ya había alcanzado tierra firme. Hacía bastante que no visitaba Bright Land. Era un lugar sobrecogedor para ella. Excesivo calor y tierras casi infértiles, en las que solo crecían malas hierbas. Eso sí, tenía un brillo especial. ÉL sol lucía de diferente forma, y de cuando en cuando, lanzaba destellos que iluminaban la zona.
Se dirigió rápidamente, procurando no ser vista por los pocos digimons que habitaban la zona. Fue directamente al Castillo de Apollomon.
Era una construcción gigantesca, aunque comparada con la suya, tosca y sin mucho estilo. Era medieval, hecho de piedra volcánica y rodeado por un foso de lava. Desde el suelo se levantaban dos grandes columnas, que envolvían el pórtico, haciéndolo la única entrada accesible. Por encima de él, se levantaba otra pequeña estructura. Esta, poseía un balcón desde el cual se podía observar toda la zona. Allí es dónde se reunía con Apollomon.
Sobrevoló el foso y llamó a la puerta. No hubo una respuesta inmediata, pero el olímpico no tardó en recibirla.
Con aquella luz tan radiante, su larga melena de león adquiría miles de reflejo color fuego, imposibles de captar en otras circunstancias.
Hizo un gesto con sus garras para que pasara. Como respuesta, la diosa le tendió la mano. Se la agarró con firmeza y la condujo al salón.
Las vistas eran tan impresionantes como las recordaba.
-Dime... ¿A qué viene esta inesperada visita?- preguntó Apollomon.
-"Una pregunta estúpida".- pensó. Se limitó a sonreír. Al fin y al cabo, era una de las cosas que mejor se la daba hacer.
-Simplemente, me quede con ganas de saludarte en el consejo de ayer...- dijo mientras se acercaba al olímpico.
Paulatinamente fue aumentando el contacto. Apollomon trató de resistirse, pero sabía que era inútil.
-¿Sabe Vulcanusmon que estás aquí?- preguntó.
-Ni lo sabe, ni lo sabrá. O por lo menos eso espero. Ahora esta en la forja.- respondió, sin dejar de sonreír.
-No es propio de una diosa escaparse a escondidas.- comentó Apollomon.
-Pues no es la primera, ni la última. Tú lo sabes mejor que nadie.- matizó. Tenía una respuesta para cada comentario de Apollomon.
-Deberías irte.- dijo Apollomon.
-Lo dices con la boca pequeña. Si por ti fuera, estaría aquí presa toda la vida. Además, aunque me digas eso, sabes que no me marcharé.-
Hubo un incomodo silencio.
-Antes esto no era así, ¿qué ha cambiado?- preguntó la diosa.
-Yo.- respondió Apollomon.
-Lo dudo mucho. Nadie podrá cambiarte.- dijo, mientras hacía que Apollomon la rodeara.
-Mi querida Venus...- fue lo único que pudo decir.
Entonces se preguntó por qué siempre caía en la misma trampa. Ella era como veneno. Siempre lo ha sido. Un veneno dulce, procedente de la flor más hermosa del mundo...
Comenzó a divagar. Alejo esos pensamientos momentáneamente.
-"Por lo menos hasta que ella se vaya".- pensó.
Trató de mirarla a los ojos, pero se topó con su cinta. Lo había olvidado momentáneamente. Muchos de los olímpicos no mostraban sus ojos. ÉL era uno de los pocos.
Paso a contemplar el paisaje. Era el que contemplaba cada día, pero junto con Venusmon parecía especial.
-Si el plan de Mercurymon sale bien, podrías dar un poco de vida a esto.-
-¿A qué te refieres?- preguntó Apollomon, confundido.
-No se... Digimons, flores... vida.- respondió.
En eso tenía razón. La zona estaba bastante desierta después de las última batalla librada allí. Apenas había un par de Flarelizardmon y algún Salamandemon rondando por allí. Antes, había muchos digimons viviendo allí apaciblemente. Sin contar con su ejercito.
-Sabes perfectamente que no me llevo muy bien con las flores, pero sí. Tienes razón.- admitió.
La encantaba que la dieran la razón.
Se puso de puntillas para poder mirarle frente a frente. Apollomon la contempló, embelesado. Su pelo rubio, antiguo canon de belleza griego, su tersa y perfecta piel...
Sus caras estuvieron a punto de encontrarse en un beso, cuando Venusmon colocó uno de sus dedos, a un palmo de sus labios, separándoles.
Esto decepcionó en gran medida a Apollomon.
-No estropeemos el momento.- susurró la diosa mientras se marchaba.
Su caminar era lento, como si la costara marcharse. O por lo menos esa era la impresión del olímpico.
Mas Venusmon sabía lo que se hacía.
-"Misión cumplida"- pensó.
Abrió el pórtico y, flotando, se deslizó por él. Antes de cerrarlo completamente, se giró y contempló a Apollomon. Este la observaba detenidamente. Como si estuviera analizándola.
Le lanzó un beso robado, y finalmente se marchó.
Apollomon, mientras la miraba, se había fijado en una cosa. Venusmon lucía alrededor de su cuello un precioso colgante, el cual llevaba incrustado un rubí. Cortesía de Vulcanusmon.
-"Otra vez he vuelto a caer"- pensó. Mas sabía, que no seria la última.
Una vez Venusmon hubo regresado a su isla, Vulcanusmon estaba esperándola en la sala principal.
-Buenos días.- dijo la diosa, sonriendo.- ¿Qué tal el trabajo hoy?-
-Agotador.- respondió. – ¿Dónde has estado?- preguntó.
-Con la esposa de Neptunemon. Es una mujer encantadora.- mintió.
-Muy bien. Solo venía a ver como estabas. Vuelvo a la forja. Luego nos vemos.- dijo Vulcanusmon.
Pasaba demasiado tiempo en su forja, pero era su trabajo. Además, tenía una sorpresa preparada para su esposa. Se la entregaría esa misma noche.
FIN
*NOTA*:
Cómo ya advertí, sigue siendo un poco corto. Bueno, vamos profundizando en la historia, concretamente en Venusmon y Apollomon, los cuales tendrán un tortuoso romance, a lo largo del Fanfic. ¿Qué pasará en el siguiente capítulo? Lo descubrirán dentro de poco... En cuanto comenten...
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