La mesa de reuniones se hallaba en silencio. En la habitación se respiraba tensión e inquietud, pero los ojos se clavaban especialmente en la silla que solía ocupar Mistymon, ahora con la espalda de Ethan recargada. Los otros guardaespaldas también estaban allí, al menos los humanos con sus compañeros, pues los Digimon tenían que permanecer fuera. La princesa soltó un suspiro y colocó los codos sobre la madera, juntando después las manos y esperando a que los otros invitados llegaran a la hora indicada. Había sido muy extraño citar únicamente a dos consejeros, pero le dolía mucho más la traición que la realidad de tener que buscar otros nobles capacitados y leales. El único sonido presente era el de Kyubey, que jugaba tranquilamente con un cuadrado de azúcar que había robado disimuladamente en la cocina, mientras que Rox y Aegis se preparaban para continuar con su trabajo de escoltas. Desde dentro del gorro, nadie descubriría lo que comía, sólo que masticaba.
Bastemon levantó levemente la cabeza al escuchar pasos de afuera. En cuestión de segundos, la puerta de la sala se abrió y dejó ver la figura de Gigasmon. El Digimon saludó con la cabeza y se acomodó en su asiento particular, sin preguntar ni reprochar el hecho de que uno de los humanos tuviera la osadía de tomar parte de esa mesa. Después de todo, los Tamers se habían ganado su derecho a ser respetados por su ardua labor de protección, logrando que la alteza del desierto jamás saliera herida de los ataques... Ataques que, por lo que sabían ahora, habían sido orquestados por la rival política, el líder de un gremio famoso de la ciudad y un consejero al que todos, sin excepciones, habían entregado su vida sin dudar.
—Es raro que Meramon se retrase —mencionó Gigasmon, deslizando los orbes de un lado a otro. Tanto silencio le producía incomodidad. Normalmente, las reuniones se empezaban pronto en la mañana y aparecían todos los implicados a la misma hora. Pero muchas cosas habían cambiado de un día para otro.
La Princesa no respondió enseguida. Caviló sobre la posibilidad de que el Digimon de fuego fuera un apoyo de los retenidos... Inmediatamente negó con la cabeza. ¿Cómo iba a confiar ahora en sus más cercanos, si su propio consejero, ocupado en velar por su seguridad, aportó su grano de arena para crear caos en la ciudad? Pero tampoco podía estar continuamente pensando que en cualquier momento le clavarían un cuchillo por la espalda. Gigasmon y Meramon jamás le habían dado razones para... Pero Mistymon y Leonidas tampoco. La cabeza le dolía.
Matt se frotó las manos con nerviosismo, intranquilo. No estaba acostumbrado a estar quieto tanto rato. Observó de reojo a su compañera de Guild, asombrándose de su actitud seria y responsable, junto con una porte recta y completamente inmóvil, con los brazos hacia atrás y la mirada atenta a cualquier movimiento de la persona que debía proteger. Aegis imitó a su señora, y Excalibur, divertido y competitivo, acabó exactamente igual. Lucían como parte de los adornos de la habitación: criaturas disecadas que se limitaban a cuidar a la dueña del castillo.
Finalmente, la puerta chirrió por última vez. Meramon estuvo a punto de tropezar y recuperó el equilibrio apoyando el hombro derecho en una estantería. Iba cargado con cajas repletas de hojas y libros, y los humanos se preguntaron de qué material estaría hecha para no quemarse con el contacto del Digimon. Lo dejó todo encima de la mesa de madera y se desplomó en su sitio, levantando el brazo para pedir unos segundos de calma, los cuales utilizó para respirar y aclararse la garganta.
—¿Ha sucedido algo, Meramon? —preguntó Bastemon con el ceño fruncido.
—Algo... —El consejero de la economía le dio la vuelta a la caja y empezó a sacar hojas y hojas con los dedos, teniendo mucho cuidado de que no se quemaran— ¡Algo! ¡Muchas cosas han pasado, mi señora! ¡Es una locura! ¡Una locura!
—Cálmate y explícate —Tenía sus sospechas de a qué se debía la actitud del Digimon, pero prefería no adelantarse.
—Mi señora... Antes que nada, déjeme decirle que estoy profundamente decepcionado con el consejero Mistymon, con la noble Nefertimon y el líder de los constructores, GrappuLeomon, y que me encantaría que otros compartieran mi opinión, pero lamentablemente no es así —Expulsó humo caliente por la nariz antes de proseguir—. Muchos dueños de empresas importantes están amenazando con marcharse de la ciudad si no liberamos a Nefertimon. El gremio de constructores también se sienten ofendidos y han detenido todos sus proyectos hasta que se les escuche. El pueblo... El pueblo se niega a aceptar que el jefe de seguridad esté implicado en los cargos que se le culpan. Creen... Creen que está equivocada, cegada, y que... —Se calló. No deseaba agregar más palabras que dañaran la reputación de la Princesa.
—¿Y qué más? —insistió ella de todas formas, imperturbable.
—Mi señora...
—Meramon, dímelo —tajó, con una expresión que no admitía réplica.
—Y que todo esto lo hace para no tener que competir contra Nefertimon, porque ella ha demostrado ser una noble mucho más competente que usted para gobernar Oasis. Que la presencia de humanos o extranjeros le está nublando la mente —concluyó, sin saber hacia dónde mirar.
—¿Acaso se han olvidado de todas las cosas buenas que ha hecho nuestra Alteza? —Se cabreó Gigasmon— ¿Cómo es posible que se crean antes las palabras de unos traidores? ¡Ellos han sido los causantes de que cada ceremonia se viera manchada por asesinos y accidentes! ¡Ellos son los verdaderos culpables de que la comida no alcance su destino! Agh... ¡Cuántas falacias!
—Eso... ¿Eso exigen? —La Princesa se mordió el labio. ¿Entonces todo lo que dijo su rival era cierto? ¿La preferían a ella?
—Cuando tienes a alguien tan idealizado, cuesta muchísimo que cambies de parecer —intervino Ethan, recibiendo malas miradas por parte de los consejeros, pero con la atención de una felina—. Imagina que le das un caramelo a un niño. Y al día siguiente dos. Y así cada día que te encuentras con él. Pero un día no puedes. Esto abre dos posibilidades: o te rechaza porque hay personas que enseguida se toman mal los cambios, o le resta importancia y confía en que regresará en el futuro.
—Sobre todo en el caso de nobles —asintió Rox, más metida en ese tema—. Se les perdona por comparar sus errores con otros, a ver quién de los demás ha cometido el más grande, en vez de culpar a todos por igual. Usted es la Princesa, es quien gobierna, y quien ha detenido a aquellos que perturbaban la tranquilidad y el alimento de su pueblo. Deles un tiempo y entenderán que era lo correcto.
—Haga caso a mi señora, ella es sabia —añadió Aegis, sintiendo la impetuosa necesidad de soltar aquello.
—Lo que han escuchado es de oídas —prosiguió Matt—. Y los rumores y cotilleos terminan contando la historia alterada. Lo único que necesitan es ver de nuevo a la Señora del Desierto, poderosa, capaz y trayendo sustento.
—Muy bien —habló Bastemon, tratando de sonar calmada. No iba a permitir que las opiniones de unos cuantos la lastimaran—. Comprendo la situación. Los consejeros apresados y la política Nefertimon hicieron muchas cosas buenas por el pueblo, y por eso la gente está agradecida con ellos. Les cuesta asimilar que figuras influyentes y de renombre de la ciudad sean realmente traidores, por lo que es normal que se comporten y digan esas cosas. Es por ello que se les debe mostrar la verdad. Y dejar claro que nada cambiará, que al contrario, todo irá a mejor.
—¿Qué planes llevará a cabo, mi señora? —se interesó el consejero espiritual.
—La próxima ceremonia se celebrará mañana —Gigasmon abrió los ojos como platos. Aquello significaba que tendría que pasarse toda la tarde y noche para prepararlo, pero no era el momento indicado para pedirle un día extra—. Será la ceremonia de la muralla. Quiero que mi gente sepa que pienso en su bienestar y protección, y que procuraré que siempre estén bien resguardados desde sus viviendas. Con los seguidores de Nefertimon será más complicado, dudo mucho que ese acto les libre del descontento que me profesan, pero al menos enviaré un mensaje directo de que no voy a encerrarme en mi castillo.
—Mi señora... —Meramon no quería romper la felicidad repentina de la Princesa, pero necesitaba desesperadamente una respuesta— ¿Qué hacemos con las exigencias empresariales?
—Habla con ellos. Intenta convencerlos para que nos den unos días más —pronunció con seguridad. Eso subió los ánimos de ambos consejeros—. Les demostraré que continúo siendo la mejor opción para la ciudad, que nunca he dejado de ser la Princesa que respetan y adoran, y que el Oasis siempre estará mejor bajo mi mando. Y que me encargaré personalmente de estar presente en la interrogación de los apresados cuando la bendición a la muralla concluya. Si lo que buscan son pruebas de su culpabilidad, eso les daré, y de ese modo no tendrán forma de reprochar mis actos. La justicia es igual para todos, no voy a liberar a Nefertimon, Mistymon o GrappuLeomon por su título. Por muy influyentes que hayan sido, ahora son el enemigo.
—Princesa, espero que no se ofenda, pero preferiría interrogar yo mismo con Ryu a los capturados —comentó Ethan al escuchar sus intenciones—. Tiene una agenda que completar, deje ese trabajo para nosotros. Lo haremos bien.
Bastemon le dio el visto bueno.
(. . .)
Durante la noche, Bastemon consultó con sus guardaespaldas todas las opciones. Aunque habían arrestado a las mentes maestras, no sabían si el contrato con los asesinos continuaba vigente. Existía la posibilidad de que ellos todavía actuaran, que realizaran un último movimiento. Y por eso los humanos preguntaron cada detalle de la ceremonia, para evitar que la Princesa sufriera otro ataque repentino, pero sin querer llamar la atención de la gente, que ya se encontraban muy alterados con lo sucedido.
Después de pasar tantos días con la felina, los Tamers ya se habían acostumbrado a las mañanas liadas, con Digimon que se desplazaban de un lado a otro, gritos, vigilancia extrema -ahora más que nunca- de Tailmon y Mikemon y olor a sudor por parte del Consejero Gigasmon, que hoy más que nunca, deseaba que todo marchara perfecto. Había llegado al castillo a primera hora, ataviado con un traje hecho a su medida, y con una corbata que le impedía respirar adecuadamente. Metió los dedos por el cuello y la estiró, notando nuevamente la tan ansiada libertad.
A modo de excusa, Bastemon ordenó que también hicieran trajes para los Digimon y los Tamers, alegando que con su evolución se verían más elegantes. Wolfmon, TiaLudomon, Duramon, Ginryumon, Vitramon, Aegiochusmon, Hagurumon y Dinohumon tuvieron que aceptarlo; con algunos costó más que otros, pero no les quedó más remedio, aunque fuera solamente una corbata. Con Excalibur tardaron media hora porque cortaba toda clase de tela, por lo que finalmente optaron por un dibujo en una de las espadas. Aegis se sintió estúpido: ¿cómo se suponía que iba a pelear cómodamente con eso puesto? Hagurumon prefirió guardarse sus comentarios: “La misión, lo hago por la misión” Se repitió, evitando girar las ruedas para no destrozar nada. Y el espadachín verdoso esperó a que nadie observara para arrancarse cualquier prenda, alegando que estaría inspeccionando la ciudad en solitario. El Hybrid de fuego se le unió a pesar de sus quejas; de alguna manera, habían hecho buenas migas, aunque fuera únicamente en los enfrentamientos.
Digital Security se comprometió a vigilar bien las calles. Si bien no eran muchos, al menos harían su trabajo, y por otro lado, Bastemon no había recibido mucha ayuda de los ayudantes de Mistymon. Entre ellos existía una mezcla de escepticismo y vergüenza, fieles a su maestro e incapaces de asimilar la decisión de ella, no veían con buenos ojos que se le mantuviera preso sin que pudiera dar su versión de los hechos. Por otra parte, unos pocos se arrodillaron ante la felina y prometieron entregar la vida si era necesario, queriendo demostrar que no eran iguales al antiguo consejero. Se trataba de una situación peliaguda, pero la Princesa confiaba de todo corazón que no la estuvieran engañando.
El momento llegó y su Alteza abandonó el castillo custodiada, con dos Tailmon detrás y dos Leomon delante; los cuatro formaron un perfecto cuadrado casi impenetrable. Ryu, gracias a su evolución, la protegió desde arriba, flanqueado por Vitramon, que había regresado de acompañar a Dinohumon. En el suelo, a la derecha, Aegis y Hagurumon caminaban muy cerca de Rox, mientras que Matt tomó el lugar a la izquierda, acompañado de Excalibur y Prydwen. Ethan y Capricornio esperaban un poco más atrás, para no dejar ningún hueco sin vigilancia extrema. Gigasmon, por su parte, se apresuró para alcanzar la muralla, saludando a otros nobles que sí optaron por creer en la palabra de Bastemon.
Pero sin lugar a dudas, la ciudad del desierto presentaba una escena muy diferente a la que contemplaron en la primera ceremonia. Los aldeanos lucían serios e incluso sorprendidos, cuchicheaban entre ellos, como si se estuvieran enterando de las noticias en ese instante. Y es que no tener al frente a Mistymon era muy chocante, casi inaudito. El consejero de la seguridad jamás desaparecía cuando Bastemon tenía que salir de su vivienda, permanecía fiel. ¿Y dónde se hallaba GrappuLeomon? Él ayudó a levantar esas murallas, ¿no debería aparecer al lado de su Majestad? Los que sí sabían del asunto, contaban la historia de una forma u otra. Gigasmon carraspeó con fuerza y los mandó a callar con una mirada severa.
Los escalones de piedra brillaban intensamente esa noche. El consejero espiritual se había encargado personalmente de que todo estuviera limpio, contratando tanto trabajadores de la ciudad como él mismo para la labor. Era consciente que no podía malgastar en dinero, sobre todo en esas circunstancias donde nobles de renombre se negaban a continuar apoyando la economía si Nefertimon era mantenida entre barrotes. Bastemon respiró hondo y colocó el primer pie en las escaleras. Sintió un leve mareo, no por enfermedad, más bien porque los nervios afloraron en su estómago. Se forzó a recomponerse y clavó los orbes en la muralla. El dúo de Tailmon intercambió una mirada de lástima al comprobar que la cola de la Princesa se meneaba de un lado a otro, delatando su estado.
—Señora —Gigasmon alargó un brazo y abrió la mano para tenderle un micrófono. El Digimon agachó la cabeza en señal de respeto y se retiró al no sentir nada en la palma.
Bastemon tragó saliva y encendió el aparato. Lo llevó lentamente a sus labios y prefirió no echar un vistazo antes de hablar. No quería toparse con rostros enfadados, molestos y acusadores. Ella misma presenció la traición... ¡Y los escuchó! ¡La insultaron cara a cara! Pero las palabras eran solamente palabras.
—Hoy, en este mismo instante, bendeciré la muralla para darle nuestro gran agradecimiento por el arduo trabajo que realiza cada día —Se había aprendido el diálogo de memoria. Era imposible equivocarse. No iba a permitirse errar. No ahora. No en esa situación—. Nos brinda seguridad y protección, es parte de la ciudad, igual que nosotros. Y por ello, merece que se le recuerde —Se dio la vuelta y ejecutó una reverencia—. Para que dure en pie mu...
No pudo concluir la frase. De repente, se escuchó una detonación y la muralla del frente estalló en mil pedazos, colapsando. Todo ocurrió demasiado deprisa. Gigasmon se lanzó en picada y trató de proteger con su propio cuerpo a la Princesa, mientras que los Digimon guardaespaldas actuaron mucho más deprisa, con Vitramon disparando para que las rocas fueran más pequeños, TiaLudomon y Duramon colocándose delante e imitando al volador. Los demás reaccionaron y se unieron a la defensa del pueblo, procurando que nadie saliera malherido.
Pero aunque lograron evitar una catástrofe, los chillidos y las carreras no tardaron en aparecer, con la gente asustada, alarmada y esperando lo peor. El polvo se levantó en mitad del lugar, atizando con mala visión, tos y problemas para respirar. Y en medio del jaleo, dos figuras emergieron desde detrás de la muralla rota, una en tierra y otra en el cielo. Un martillo brilló de la nada y salió disparado hacia la Princesa, pero Wolfmon se interpuso con un escudo. Sus ojos se abrieron como platos al escuchar el Pile Bunker crujiendo.
No sabían quiénes eran, pero los Tamers enseguida activaron las evoluciones a la siguiente etapa, mediante la carta Shining Evolution o el Digisoul. A diferencia de cuando lucharon en la pirámide de la política Nefertimon, ahora se encontraban con mucho espacio. Las alas de Vitramon despejaron el polvo y les dio visión a sus camaradas: los enemigos eran un Zudomon y un Atlur Kabuterimon azul... ¿Era una casualidad? No, para nada, el Perfect debía ser el mismo que rescató a Plesiomon durante la ceremonia del Oasis. Rox analizó los datos de ambos y entendió la razón de que el ataque de su martillo hubiera hecho mella en el escudo de un Royal Knight: estaba hecho de Chrome Digizoid.
—¡Vaya, vaya! ¡Otra vez vosotros! —exclamó el monstruo marino— ¡Esta vez no tendréis tanta suerte! ¡Pienso acabar con todos!
—¡Aegis, Prydwen, proteged a la Princesa! —ordenó Rox, alzando la voz para que sus palabras alcanzaran a los Digimon— ¡Hagurumon, guía a los aldeanos para que no se mezclen entre la pelea! ¡Aléjalos de aquí! Kyubey —El DigiGnome sacó una de sus alas para tocar la mejilla de la chica, dándole a entender que escuchaba—, mantente ahí dentro, ¿de acuerdo? —El gorro se le movió por el asentimiento enérgico.
—¡Y nosotros al ataque! —sentenció Ethan, buscando una carta de su colección— ¡Símbolo del Valor!
—Esos dos tienen Tamers —murmuró Matt, pensativo—. Deben de estar cerca.
—Vamos a buscarlas —propuso Dinohumon, blandiendo su espada larga. Hasta ahora había permanecido en las sombras, pero si tenían que encontrar a los culpables de esa situación, no dudaría en unirse al combate o la persecución.
—Rox, quédate aquí —asintió Collins—. Capricornio irá con Ethan y Dinohumon conmigo, de ese modo no estaremos en peligro. Y tú eres la más adecuada para indicar en la ayuda de la evacuación y las estrategias de ataque y defensa.
—De acuerdo —La muchacha se llevó una mano al pecho—. Os prometo que ejecutaré todos los planes posibles para que la misión se complete a la perfección.
Zudomon optó por protegerse directamente con el martillo en vez de ocultarse dentro de su caparazón. Esas opciones eran muy cobardes para él. Las chispas estallaban con cada contacto entre su arma y las espadas de Grademon, quien tenía que saltar por pedazos de muralla para alcanzarlo. Atlur Kabuterimon sobrevoló la muralla y preparó el cuerpo para arrojar una descarga eléctrica a la Princesa, pues aunque estuviera escoltada por dos Digimon con escudos, la electricidad la alcanzaría, y entonces aprovecharía el desconcierto para arrojarse en picado. Pero la estrategia que le había dado Tanya se vio interrumpida por unos veloces disparos provenientes de Vitramon. Si aquello no bastaba, también sintió la repentina aparición de unas hojas afiladas doradas a su izquierda. Alejó al volador con sus patas y detuvo el tajo del otro con su cuerno.
—Se han separado, ¿verdad? —preguntó una fémina rubia, con el puño en alto y la impaciencia recorriendo cada fibra de su ser.
—Correcto —afirmó su hermana, bajando los prismáticos—. Recuerda seguir mis órdenes, aunque eso signifique tener que utilizar cartas diferentes a las habituales. Tu colección de Seadramon no es suficiente para derrotarlos.
—Ya conoces mi modo de lucha... ¡No voy a cambiarlo justo ahora! Y Vladimir está acostumbrado a esos efectos precisamente.
—¿Quieres obtener el mismo resultado de aquella noche? —Nathasa soltó un bufido— Lord no nos ha podido acompañar, está ocupado. Y el líder confía en nosotras, así que lo haremos tal y como te digo. Es el mejor método. No me lleves la contraria, hermana.
—Sí, sí... —Se encogió de hombros— Una pena no poder ver con mis propios ojos la cara que pondrán al descubrir que tienen en frente a un Digimon capaz de evolucionar a distintas líneas evolutivas.
<<Aunque Gomamon casi muere por culpa de eso>> pensó la mayor, guardándose el comentario.
El Digivice Burst y el 01 cumplieron su función al recibir los sentimientos de las propietarias. Casi al instante, la pareja enemiga se rodeó de energía y liberó la última forma. A HerakleKabuterimon lo conocían de antes, ya habían tenido una buena pelea contra él en el desierto, pero con Vikemon se llevaron una sorpresa: ¿no tendría que haber sido Plesiomon? Como si el dúo adivinara sus pensamientos, unieron sus ataques y los enviaron en dirección de todos. Hielo y electricidad recorrieron varios metros de distancia de terreno, congelando las piernas de los Digimon terrestres y obligando a los voladores a aterrizar por las repentinas chispas. Hagurumon se giró y maldijo que los habitantes de la ciudad no se dieran más prisa para regresar a sus casas o reunirse con los de seguridad, en esa situación, era imposible para él evolucionar. Su tamaño no haría más que aumentar el miedo de los residentes.
Pero el tiempo que habían malgastado evolucionando y concentrándose en los luchadores, sirvió para que Bastemon y Gigasmon se resguardaran. Prydwen se quedó junto a ellos, con los Leomon flanqueando y las Tailmon colaborando en la evacuación, pues no podían fiarse de nadie de la ciudad, y Aegis levitó para cargar con todo su peso, armadura y cuerpo contra el contrincante más próximo. Su brazo chocó contra un desconcertado escarabajo dorado, que gracias a ello, cortó las continuas descarga eléctricas. Grademon clavó las espadas en el hielo y cortó para escapar de allí, igual que Duramon. Vitramon ardió en llamas y contraatacó. La misma técnica no funcionaría dos veces seguidas.
—Se... Señora, ¿está bien? ¿Tiene alguna herida? ¿Puede caminar? ¿Quiere que la cargue? —preguntó un preocupado Gigasmon, apoyando la espalda de su Majestad en la pared de una casa.
—Sí. Sólo... Sólo un poco mareada... —contestó, abriendo y cerrando los párpados repetidas veces. La explosión ocurrió cerca de ella, le dolía la cabeza y los tímpanos.
—Ese... Ese desagradecido de Leonidas... —El puño del consejero se cerró con furia— Usted le dio un sentido a su vida. Esta era su casa... Y le ha dado absolutamente igual que la muralla colapsara. Sabía perfectamente dónde se colocaría en esta ceremonia, mi señora... ¿Por qué desea matarla? ¿Por qué? ¡Es caer muy bajo!
—¿Para que Nefertimon ocupe el trono, supongo?
—¿Se vende al mejor postor? —Negó con la cabeza, indignado— Por mucho que él no esté de acuerdo con sus acciones, mi señora, que haya atacado a la ciudad y destrozado su seguridad, habla muy mal de su persona. Esto no quedará impune.
<<Probablemente iban a usar la explosión y los Tamers contratados para echarles toda la culpa>> pensó Prydwen sin intervenir en la conversación <<La muerte de la Princesa sería un terrible asesinato a manos de Digimon que obedecen órdenes de humanos. Nefertimon alcanzaría su meta y sería adorada al actuar con mano dura en los extranjeros. Pero con el constructor detenido y muchas sospechas en su contra, ¿por qué hacerlo ahora? Hay algo que se nos escapa>>
Los martillos de Vikemon se arrojaban a cualquiera que se atreviera a intentar chocar contra él. El Digimon rugía y liberaba golpes a diestro y siniestro, pero aunque parecía que lo hacía al azar, lo cierto era que siempre acertaba con su acción. No tardaron en confirmar que se trataba de un guerrero aguerrido, curtido en mil batallas bajo esa apariencia, y que debido a la primera vez que lo enfrentaron, como Plesiomon, lo subestimaron. Duramon cruzó sus brazos para protegerse de uno de sus ataques; Aegis resistió y guardó el escudo para emplear su enorme mandoble, tomando una posición ofensiva. Pero para su asombro, y el de Knight también, fue detenido por otra arma similar: la de Zudomon. La sonrisa del vikingo se ensanchó y lo golpeó con todas sus fuerzas, rompiendo por la mitad la espada. Con tres martillos distintos viajando de un lado a otro, atizando por el camino a sus contrincantes, estaba resultando complicado dañar al enemigo. A Rox le costaba adivinar el patrón de su estrategia, dado que su modo de luchar era efectivo e imprevesible a partes iguales.
Fue por esa razón que Excalibur cambió la dirección de sus arremetidas. Todo habría sido mucho más sencillo si contara con su etapa Ultimate, pero era consciente de que Matt se había marchado para recorrer la ciudad y no podía prestar atención, buscando desesperadamente a los Tamers de esos Digimon. Debían ganar tiempo... O derrotarlos combinando poder de equipo. Rodó como una peonza y consiguió atinar un corte en los palos que sostenían los martillos gordos de la espalda. Eso a Vikemon no le gustó; se dio una veloz vuelta y lo lanzó al suelo de un puñetazo, usando la mano libre para interceptar los tajos de Knightmon con sus espadas pequeñas. No emitió sonido alguno a pesar de los cortes en sus dedos.
Grademon se sentía muy limitado en esa pelea. El escarabajo dorado poseía la capacidad de volar, lo cual le obligaba a tratar de llegar a él con saltos, pero si lo hacía con su nuevo tamaño, terminaría por destrozar los techos de las viviendas. Vitramon se ocupó de mantenerlo entretenido, virando en el aire y disparando las pocas veces que tenía la oportunidad, pero con una misión en mente: conseguir que bajara un poco del cielo. Lentamente, fue retrocediendo, girando y procurando que el cuerno no lo alcanzara... Pero aunque al inicio tuvo suerte, al final HerakleKabuterimon adivinó su patrón de movimiento. El Digimon de fuego se golpeó violentamente contra el suelo, con una de sus alas rota y el cuerpo negándose a rodar para esquivar el inminente pisotón.
Gaioumon emergió a su rescate. Cruzó los Kikurin y envió una potente ráfaga de energía que cortó una de las largas garras en pequeños trozos. El gemido de dolor del otro Ultimate resonó por todo el lugar. Fue entonces cuando Vitramon reconoció la figura de Ethan en una esquina, con el pecho subiendo y bajando a un ritmo regular por la respiración agitada.
—Capri...Capricornio puede encargarse él solo... —murmuró, apartando la mirada del dispositivo digital— Se acabaron las tonterías.
(. . .)
Tanya fue la primera en percatarse de la presencia de Dinohumon. El dragón humanoide le devolvió la mirada, se detuvo entre los tejados y depositó a Matt en el suelo. No requería de su arma para apresar a unas humanas.
—Tenemos que irnos —advirtió la hermana mayor, sacando el aparato de las memorias.
—¡Es sólo un Digimon Adult! —replicó Natasha, inundando su puño de una radiante energía azulada— Déjamelo a mí, lo noquearé y utilizaremos al Tamer como rehén.
—Luché contra ese Dinohumon, hermana —Su expresión no admitía réplica. Lo más sorprendente de la situación es que no lucía asustada, simplemente constataba un hecho. Ellas no podrían contra la criatura, mas tenían otras opciones—. Puede evolucionar. No lo repetiré dos veces.
—¡Maldita sea! —se quejó, realmente molesta. ¿En serio ya contaría dos fracasos en su historial? Gomamon se iba a enfadar todavía más— ¡Ahora que Vladimir se estaba luciendo!
La rubia introdujo la tarjeta del holograma en el lector y activó la memoria de Cyberdramon. El Digimon recibió la simple orden de atacar al enemigo que las amenazaba, y entonces se lanzó con garras y mordiscos, interrumpiendo el avance de Dinohumon. Para cuando Matt se propuso usar algo similar, ya era tarde, las chicas desaparecieron del tejado. Se asomó con cuidado y no las encontró entre los aldeanos aterrorizados.
(. . .)
—¡Venga, Natasha! ¡Otra carta! ¡La que quieras! —bramó con energía la criatura de las nieves. Su cualidad no era precisamente tener la lengua guardada— ¡Sois dos inútiles! ¡No tenéis nada que hacer contra mí!
—No dejes que sus palabras influyan en ti, Aegis —recomendó Rox desde su posición defensa. Knightmon apretó los puños y asintió, calmándose—. Te daré una nueva arma, ten paciencia.
—No se preocupe, señora. Tómese el tiempo que necesite.
Vikemon frunció el ceño: su Tamer no solía tardar tanto. Se encogió de hombros y decidió que si no tenía el apoyo de nadie, entonces iría con todo lo que tenía. En vez de soltar sus martillos para que atacaran ciegamente, se los quitó de la espalda y los sujetó con sus manazas. Ejecutó una vuelta entera y conectó los pinchos en el escudo de Knightmon, pero incluso así, sintió como era empujado en el aire. Duramon bajó los brazos a cada lado de su cuerpo y liberó una poderosa energía del pecho, llamando totalmente la atención del enemigo. La quemadura se quedó marcada y grabada en la hombrera derecha y parte de la piel de su mano.
Los ojos del Ultimate no presenciaron la espada que se ajustó correctamente en los dedos de Knightmon. Y tampoco en el tatuaje que se reflejó en su armadura, convirtiéndolo durante tres minutos en un dragón. Ryugonken se potenció y rugió con fuerza al ser manejada por un usuario de esa categoría. Aegis la alzó y luego la hundió en tierra, abriendo su auténtico poder, y liberando ocho rayos de fuego con forma de dragón, los cuales volaron y rodearon al Digimon de las nieves. Un último ser emergió desde el suelo y se unió al resto de camaradas, culminando con un ataque conjunto del que no se podía escapar. Mordeduras y llamas por doquier, Vikemon aguantó lo más que pudo, gruñó y soltó los martillos para protegerse los dedos, mas nada le evitó que la técnica lo consumiera. Tembló con enojo y se negó a ser derrotado por dos individuos que no le llegaban ni a la suela del zapato. Concentró su energía helada a su alrededor y se preparó para congelarlos cuando fueran a rematarlo.
Y entonces HerakleKabuterimon resplandeció y penetró en los ojos de los guerreros. Todos los presentes tuvieron que bajar la mirada, sin ser consciente que la memoria de un Kuwagamon transportaba a Gomamon, de-evolucionado a petición de su Tamer, y dos féminas rubias. El escarabajo intercambió el peso con el otro insecto y abandonó la ciudad con un veloz aleteo.
Transcurrieron largas horas hasta que la normalidad regresó a las calles. Kyubey pudo ser libre finalmente y voló rápidamente hacia Aegis, transmitiéndole su energía sanadora. Después, con la petición de Rox, hizo lo mismo con el resto de heridos, centrándose especialmente en Vitramon y Duramon, que contaban con una mayor cantidad de heridas. La muralla no se podría reparar de un día para otro, pero debido a la detonación, el pueblo se aglomeró alrededor de la Princesa con orgullo y confianza renovada, gritando su nombre y el del Oasis para agradecer por la figura de su valiente y hermosa alteza. Los rumores cambiaron, dando una versión muy diferente a la principal, donde Leonidas, Mistymon y Nefertimon se volvían, de repente, en el verdadero enemigo. Y un detalle más que la propia Bastemon tuvo que desmentir... Engañando otra vez a sus vecinos y amigos.
—No, mi pueblo, GrappuLeomon no confabulaba contra mí junto a otros humanos y sus Digimon —Levantó una mano demandando silencio—. Pido que esos rumores no vayan a más, pues no son ciertos. Lo que hemos presenciado son salvajes que se han visto atraídos por las bajas defensas de la ciudad, quienes han aprovechado la mala construcción. Sin Mistymon y sin Leonidas, es cierto que la protección se ha reducido considerablemente, pero no os alarméis. Yo pondré solución. Lo que ha sucedido hoy es posible que se repita, pues los ataques de salvajes son impredecibles, pero la próxima vez estaremos preparados. Encontraré a gente más capacitada para ese puesto, y constructores que se desvivan por la seguridad de mi gente, para crear una muralla que sí merezca ser bendecida, y de la que nos sentiremos orgullosos con el pasar del tiempo. Y, por supuesto, quiero agradecer a mis guardaespaldas —agregó, señalando con la mano a los Tamers de la Central. Matt tragó saliva y se sonrojó hasta las orejas—, y también a Gigasmon, porque en el mismo instante que la explosión produjo el colapso, ellos prefirieron dar su vida por la mía, y eso es algo que jamás olvidaré.
—Se... Señora... —El consejero espiritual desvió la mirada para que no le vieran soltar unas lágrimas de inmensa felicidad.
—¡Por la Princesa Bastemon! —gritó un Mikemon de entre el público.
—¡Por la Princesa!
—¡Larga vida a nuestra Majestad! ¡Viva!
—¡Viva! —se unió Gigasmon con la voz ronca.
Su nombre fue lo más repetido ese día.