Tras los acontecimientos que desencadenaron hace años en el Digimundo, Koushiro Izumi decidió crear un grupo dedicado a investigar a los Digimons. Esta fue la mayor excusa para crear la Organización K.I, donde reúne a antiguos niños elegidos con el fin de mantener la paz en ambos mundos.
Sin embargo, dos Betamon que nacieron al mismo tiempo son separados, con el único fin de contentar aquel que desea alterar la paz en el Digimundo. Este nuevo enemigo quiere hacerse con el poder de ellos.
El grupo elegido para la misión hará lo que sea para frenar la amenaza y lucharán para encontrar la paz.
¿Podrá la Organización K.I hacer frente a esta nueva amenaza?
El lugar, similar a una zona de juegos, tenía una gran cantidad de cubos y figuras repletas de plumas. Elecmon, que era quien se ocupaba de los bebés, iba de una cuna a otra, para poder alimentar o limpiar a los pequeños que lloraban sin cesar.
Aquel especie de conejo rojo, se acercó a dos digitama que se encontraban uno al lado del otro. Se tenía que asegurar, que se encontraban en perfecto estado y garantizar que no sufrieran ningún daño. Retenía en su mente las palabras que Leomon había pronunciado sobre ambos antes de irse: Vigilarlos y que nadie se acercara a ellos.
Al rozar su zarpa sobre uno de los digitama, notó como se movía, al parecer estaba a punto de eclosionar. El sentimiento de satisfacción por aquel suceso favorable, hizo que su rostro apagado mostrara una amplia sonrisa.
Al volver a tocar el digitama, sintió un extraño temblor que se aproximaba a él. Volteó su rostro para poder observar con atención, aquello que parecía estar más cerca de él y de aquellos dos pequeños que estaban a punto de nacer.
— Si no me equivoco, has venido a por ellos. — apretaba Elecmon los dientes, al presenciar aquel digimon que le apuntaba con una de sus ametralladoras en su cabeza.
Aquel digimon parecido a un centauro con forma de soldado, amenazaba con una de sus armas al pequeño ser rojo, que protegía con su cuerpo los digitama. Al moverse, su pesado metal, hacía temblar el suelo de la ciudad, que provocaba que los bebés del lugar comenzaran a llorar asustados.
— Mi amo me ha pedido que venga en persona a por los digitama, así que apártate de mi camino. — su voz metálica hizo retumbar los oídos de Elecmon.
El pequeño digimon rojo, intentó ponerse delante de los digitama, con tal de defender aquellas vidas con la suya propia.
El enorme digimon colocó su arma en la frente de Elecmon, este comenzó agitarse con movimientos rápidos, a causa del miedo que recorría su cuerpo. Cerró los ojos, percibió que tenía claro que ese iba a ser su final, estaba convencido que iba a desaparecer para siempre.
Cuando estaba convencido de su fin, una silueta libró a Elecmon de aquella amenaza que iba acabar con su vida. Alzó la mirada y ahí estaba, Leomon estaba dispuesto a darlo todo por proteger y evitar que el pequeño digimon rojo no recibiera ningún daño.
— Elecmon, sal de aquí y llévate a esos Digitama lejos de aquí. — aquel digimon con forma de león miraba desafiante al atacante, que los volvía apuntar con su arma. — Yo me ocuparé de él.
Elecmon tomó con fuerza ambos Digitama y echó a correr rápidamente con pasos largos. Dirigió la vista hasta atrás, para ver como Leomon y aquel otro digimon luchaban a muerte. Sentía miedo de que le ocurriera algo malo a su amigo, deseaba hacer lo que fuera por poder enfrentarse a aquel enemigo.
Al fin, se encontraba en un lugar seguro, una porción de espacio en el que no podía ser visto por el enemigo. Aquella falla en el árbol, le había permitido adentrarse en su interior y mantenerse seguro durante un buen rato.
— Leomon, espero que estés bien. — Elecmon se le escapó un suspiro de alivio, fuerte y prolongado.
Cerró los ojos y sintió que los dos digitama se movían con fuerza, volvió abrir la mirada y contempló como la cáscara de ambos se rompían. Los dos digimons que se estaban desarrollando en su interior habían nacido al mismo tiempo, dos pequeños microbios con forma de gota de agua, que bostezaron a la vez.
— Sois Pitchmon, ¿por qué os quieren? — Elecmon los miró con curiosidad.
Los Pitchmon observaban con mucha atención a Elecmon, observaban aquel que consideraban su papá. El pequeño digimon rojo los abrazó con fuerza y comenzó a derramar lágrimas en señal del dolor que le causaba, al pensar que su amigo estaba en peligro.
— ¡Elecmon! — se escuchó gritar su nombre, no quería salir de su escondite, pero se percató que se trataba de la voz de Leomon.
El pequeño digimon rojo se asomó, aquel musculoso león suspiró al ver que Elecmon estaba a salvo.
— ¿Cómo has podido vencerle? — Elecmon estaba confuso, al ver que su amigo no tenía ningún rasguño.
— No estaba solo, no lo estaba. — el Digimon león giró su cabeza en dirección a la Ciudad del Comienzo. — Regresa con los bebés y cuida a esos dos.
Leomon deslizó con suavidad su enorme zarpa sobre la cabeza de Elecmon, el pequeño Digimon rojo se sonrojó, al invadirle un sentimiento de satisfacción. Estaba orgulloso de haber protegido a los dos bebés. Los tiernos ojitos de los Pitchmon estaban centrados en su mirada, ¿cómo puede alguien querer algo tan bonito como ellos?
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