Existían pocos establecimientos que vendían comida y refrescos para las personas y Digimon que decidieran turistear en ese sitio, precisamente porque no era un destino turístico oficial. Ella estaba a orillas de una calita pequeña, en un chiringuito en donde el único platillo que preparaban sin pescado (porque no le apetecía comer algo con olor a Gomamon) era aquel servido sobre su mesa. ¿Se trataba de comida de verdad? Si no incluía cubiertos, no lo era. Aunque a veces para comer pizza vegana sin gluten tampoco necesitaba un tenedor y un cuchillo. Lottie mordió la hamburguesa tal como lo hacía Lex y la degustó con mucha salsa de tomate; su mueca se tornó amarga.
—¿Cuándo vas a decírselo? —le preguntó Lex después de pasar su bocado por la garganta. Rodó los ojos. En ocasiones su compañero de equipo carecía de sensatez y hablaba de temas muy importantes en los momentos menos adecuados.
—¿Ves cómo camina como si fuera la dueña de cada lugar a donde vamos? —con una mirada señaló a Tanneberger, quien disfrutaba la brisa marina junto a Gomamon, Picodevimon y Taggart—. Es un bloody disfraz, nunca puedes dar todo lo que los demás quieren y mantenerte fiel a ti mismo. Lo último que Dylan necesita ahora es otro drama relacionado con su madre.
—Si ella descubre que le estás mintiendo de nuevo, nos echará de la casa —masculló Pall. Moduló la voz y se inclinó hacia Lindblad cuando vio de reojo a Tanneberger acercándoseles—. No te ofendas, pero no quiero volver a esa pieza de cuatro paredes con colores de hospital en Holy Angel Citadel —recitó rapidísimo.
—No le estoy mintiendo —refutó en un susurro Lindblad.
—¿Podrían decirme por favor por qué me han acompañado hasta acá? —cuestionó sin preámbulos Tanneberger. La otra chica se llevó la mano derecha al pecho y dramatizó sintiéndose atacada.
—Por Dios, ¿qué tal tu transporte? Your welcome —tiró de sarcasmo
—Es un gusto poder ayudarte, Tanneberger —Pall era su escudero perfecto.
—Siempre quise conocer la Bahía de los Salvadores.
—Maravilloso lugar en Digital World, si me permites opinar.
—Por favor, después de ti.
Dylan se llevó las manos a las caderas y suspiró cansada. Su paso por la Central de Tamers de Star City fue fugaz. Por fortuna encontró una tarea que se ajustaba a ella tan bien como un guante hecho a la medida. A la salida de la ciudad, se encontró con algunos fotógrafos y periodistas que deseaban una poquita de su atención. Con una reputación como Tamer en activo, su nombre y el de Gomamon redespertaba interés en los tabloides, pero no tanto como el que despertaba Lindblad por sí misma. Ella era conocida por publicar entradas referentes a chismes, consejos de salud y datos curiosos en un blog que contaba con miles, millones de seguidores. Como fuere, sus figuras conjugadas se estaban convirtiendo en el platillo principal de los periódicos, en primera plana. Y no era que no apreciara el conveniente, cómodo y rápido escape-traslado que el Digimon de la británica les había ofrecido, pero a veces sentía que eran demasiadas bocas para tan pequeño pastel. La Quest era suya y de nadie más.
—Okay, ustedes pueden vacacionar o lo que sea mientras yo trabajo —admitió resignada, dejando que Gomamon le aplicase un poco de crema solar en los brazos. La aristócrata le miró sin comprender, ¿trabajo? ¿A qué se refería?
—Twisted, la mayor parte de mi fortuna en DW la he amasado nunca debido a mi antiguo puesto en el Tengu News, mucho menos en mis actividades como Tamer, sino a costa de estar en los lugares indicados y rodeada de gente correcta —habló entonces—. Tú y yo lo único que tenemos que hacer es ir a restaurantes, ir a fiestas, hablar sobre lo que queramos hablar y estaremos en el periódico al día siguiente. Dinero a manos llenas.
—No estoy haciendo esto por dinero —confesó sin pensarlo.
—Humana, mi querida Dylan es una Tamer muy valiente y yo el Rey del Digimundo, eso es lo que nos lleva a los periódicos. Los periódicos no nos llevan a ser Tamer o Rey —explicó Gomamon y por una vez Tanneberger tuvo ganas de que siguiera hablando, pero era momento de marcharse. Se despidió de Lindblad y Pall y se dirigió hacia el otro lado de la playa.
—Llámanos si necesitas algo —escuchó al británico antes de desaparecer.
Si no lo hacía por dinero, entonces ¿cuál era su motivación? Tiempo. El tiempo le agobiaba, le aterraba cada vez que no tenía algo para ocuparlo. Necesitaba trabajo, propósito, dignidad, pero sobre todo necesitaba llevar su cabeza a un sitio seguro. Con cada paso que daba hundía un poco sus sandalias y podía sentir la odiosa arena, se acercaba cada vez más a su destino: otro pequeño local en donde preparaban bebidas que serían muy apetecibles si estuviesen en pleno verano. En ese lugar iba a encontrarse con la chica que resultase atacada por Hangyomon para una corta entrevista, recopilación de información.
Estaba a puertas de su destino cuando escuchó la voz de Taggart por la espalda. El chico había gritado su nombre con la respiración agitada por correr un largo trecho para alcanzarle. Juntos entraron al restaurante y pidieron un par de bebidas para amenizar la espera.
—¿Sabes? Esta playa me recordó a una tía que perdió a su marido antes de que yo llegara a DW y eso la sumió en una fuerte depresión —Taggart le dio un gran sorbo a su botellín de cerveza, después prosiguió haciendo ademanes exagerados. La rubia bebió un poco de agua y le vio, enarcando una de sus cejas—. Ups, a lo mejor no debería estar hablándote de eso, discúlpame, no controlo mis pensamientos —soltó una sonrisita casi burlesca, de esas que llevaba Picodevimon tatuada en su cara todo el tiempo—. Bueno, bueno, solo lo decía por si acaso.
—Mugroso ladronzuelo, ¿a qué te refieres? —preguntó Gomamon después de beber de su propia agua.
—Discúlpenlo, el idiota está siendo idiota —respondió Picodevimon, revoloteando sobre sus cabezas—, solo habla cosas sin sentido.
Taggart les ignoró porque miraba a Tanneberger como si esperara impacientemente una respuesta de su parte que profundizara el tema. Ella captó el mensaje enseguida. Sabía mejor que nadie que su amigo esperaba que se abriera con él, lo había estado posponiendo demasiadas semanas y eso inquietaba al norteamericano. Agradecía su preocupación, pero, ¿qué decir al respecto? No sabía qué podía contarle. Ella estaba bien, sorprendentemente bien y eso era todo. No había más que contar. Tenía que concentrarse en el trabajo.
De repente, la campanilla de la puerta del restaurante les alertó del arribo de una nueva persona. A Dylan se le indigestó el agua, si es que eso era posible. Era uno de esos momentos en los que desaparece el ruido y dejas de respirar. Como a cámara lenta, pero de verdad: ahí estaba Zaytseva de espaldas, conversando con el hombre en la recepción. Con el pelo grisáceo, casi blanquecino moviéndose a merced de caprichosas ráfagas de viento. Ese mismo cabello con el que ella había jugueteado mil veces y que le hacía cosquillas en la nariz cuando la abrazaba, ese que olía permanentemente a menta. Toda ella estaba igual que siempre, en serio, como si no hubiera pasado el tiempo.
«Dolor. Viene en todo tipo de formas. Punzadas leves, un poco de ulceración, molestia ocasional, dolores normales con los que vivimos a diario. Existen dolores que no podemos ignorar, un grado tal de dolor que bloquea lo demás y hace que todo se desvanezca hasta que en lo único que podemos pensar es en lo mucho que nos duele. Cómo enfrentarlo depende de nosotros. Lo anestesiamos, lo sobrellevamos, lo acogemos, lo ignoramos mientras esperamos que desaparezca por sí solo. Esperamos que sane la herida que lo causó. No hay soluciones ni respuestas fáciles, solo respirar hondo y esperar a que se calme».
La recordó sonriéndole desde el marco de la cocina en casa de Halsey, diciendo que Vanya había preparado raviolis para el almuerzo. Se acordó también de sus delgadas manos moldeándose tan perfectamente a las suyas, de sus extravagantes gustos por las bajas temperaturas y los sitios tropicales al mismo tiempo. A lo mejor por eso estaba ahí, la Bahía de los Salvadores era el sitio ideal para ella. ¿Era real o se trataba de un Nightmare Wave lanzado por el Bakemon que hacía de bartender? Le ardían las mejillas y su corazón se había ido de vacaciones con Lottie y Lex. Se colocó las gafas oscuras para ocultar una indisciplinada lágrima y carraspeó deshaciéndose del terrible nudo en su garganta.
—No es ella, no te preocupes —escuchó a Taggart muy cerca de su oído—. Vi en una revista que se cortó el cabello.
—¡Dyl! —Gomamon saltó de su asiento—. Se parece a...
—Lo sé, lo sé —interrumpió porque no estaba lista para escuchar su nombre, ni siquiera el pseudónimo con el que le bautizara su Digimon.
—Es muy atractiva —Lacrosse ofreció una opinión que nadie pidió y le dio otro sorbo a su cerveza—, pero no tanto como... —Dylan le amenazó con una mirada así que se retractó muy rápido—. Mierda, ¿lo dije en voz alta?
En ese instante una combustión instantánea le habría venido de maravilla, porque la chica clonada de ‘ya-saben-quien’ iba directo hacia ellos, con la mirada fija en ella. Pero tras unos segundos, tuvo que admitir en su cabeza que, cara a cara, la situación no era tan espeluznante. Las medidas de cuerpo y la cabellera eran todo lo que tenían en común aquella extraña y la persona que deseaba enterrar en sus pensamientos, nada más.
—¿Dylan Tanneberger y Gomamon? —la rubia asintió con la cabeza, se puso su disfraz y extendió la mano a forma de saludo. La extraña la tomó enérgicamente.
—Humana, serán atendidos personalmente por el Rey del Digimundo —habló Gomamon con su porte característico de monarca. La chica y su Lalamon soltaron un pequeño grito de emoción.
—¡Cuando supe que resolverían esta Quest, apenas pude creerlo!
Maia Vasilieva. Ese era su nombre. Es que debía ser una jodida broma, pensó Dylan. Al final la chica y su Digimon resultaron ser acérrimos admiradores de los cuentos del Child acuático y muy a pesar de los refunfuños de Lacrosse, quien no daba crédito a lo que estaba sucediendo. Picodevimon se rio de él con muchas ganas. Tomaron dos o tres bebidas más el tiempo que Maia tardó en relatarles su experiencia en la cual casi fue asesinada por un Hangyomon. Les dio también un par de pistas para comenzar con su búsqueda.
Asta. pásele, pásele