Es muy difícil entender a los demás, sobre todo cuando te enamoras. Hay almas que nos hacen creer que el alma existe. No siempre son las más geniales, las más geniales son las que supieron expresarce mejor. Son, en ocasiones, almas balbucientes y silenciosas. A la ausencia no hay quien se acostumbre. Otro sol nunca será tu sol, aunque te alumbre y te dé la calidez que necesitas. Es difícil para las personas simpatizar con otros realmente. Pero una cosa es cierta: ya no me atrevo a juzgarles. Sé que cuando uno ve las cosas desde afuera, cuando uno no se siente complicado en ellas, es muy fácil proclamar que es lo malo y que es lo bueno. Pero cuando uno está metido hasta el fondo en el problema, las cosas cambian, la intensidad es otra, aparecen hondas convicciones, inevitables sacrificios y tristezas y renunciamientos que pueden parecer inexplicables para el que solo observa. Las personas son un espectro hermoso de complejidades que pueden doler hasta el alma, a donde pertenecen. Porque no hay mayor error del ser humano que intentar sacarse de la cabeza lo que no sale del corazón. ¿Existe acaso un anhelo humano más triste o más intenso que desear una segunda oportunidad? ¿Existe dolor peor que ser correspondido en sentimientos pero no poder estar juntos? ¿Existe tragedia más impactante que perderte a ti mismo? El ser humano se obsesiona tanto con viajar a otros mundos, a otras civilizaciones y sin haber conocido a fondo sus propias oscuridades y camino... Sus propios dolores. El verdadero dolor es indecible. Si puedes hablar de lo que te afecta: estás de suerte, eso significa que no es tan importante. Porque cuando el dolor cae sobre ti sin cuidados, lo primero que te arranca son las palabras. Quizás ya lo hayas experimentado, porque el sufrimiento es algo muy común en todas las vidas (igual que la felicidad). Hablo de ese dolor que es tan grande que ni siquiera parece que te nace de dentro, si no que es como si hubieras sido sepultada por un alud. Tan encerrada entre toda esa pena que ni puedes hablar. Estás segura de que nadie podrá oirte. Nadie regresa del dolor y permanece siendo el mismo. Y yo no recuerdo si esto me había pasado con anterioridad, pero cuando me enfrenté a las tinieblas de mi corazón, a mi oscuridad, cuando me sentí herida en lo más hondo y me rompí en pedazos, exhausta, de improvisto emergió de mi una fuerza inexplicable.