Dado 2, Día 1 (aunque ya sea día dos, coloco en función al dado que había tirado):
Puesto en tablero: 17.
Lanzar algo al mar bastaba para alterar a Nanami. No era invocado hace más de tres meses, y verse tan inmiscuido tan de repente en los planes de Rui le agudizaba los nervios; suerte que su tamaño evitaba notar tales percances, tensiones, incomodidades y hasta temblores que su cuerpo pudiese producir al tener al aguado sobre su lomo. Él acataba, como el resto de Tengoku y Aisu, las órdenes de su presunto salvador, y su temor era tan idéntico o más exponente de lo complicado de la situación que el del resto. El ave sabía, incluso así, que una situación así no era concebible bajo el nombre de su amo, ni siquiera a modo de broma; su miedo, más bien, contenía la preocupación de no saber qué le había sucedido como para terminar así, para que la etnia entera de rapaces y polares le viesen sin poder ignorar el llanto o la angustia, de conciliador a traidor, a pesadilla.
Nagare nunca se interesó en explicarle, fue aquello probablemente lo que más desató dudas en la mente del sabio, llegando a considerar que los rumores fuesen ciertos, y que aquel muchacho no fuese más que una reencarnación de Namida, condenado o parasitado, pero otro hombre al fin. No le parecía ni un buen momento o lugar para cuestionarle, y en el mejor de los casos, si todo se trataba de una consternación malentendida, conocía lo suficiente al Rui de ese caso para no esperar respuestas rápidas.
Lamentablemente, sus actitudes no favorecían a calmarle. Una simple mecha de bengala desgastada lanzada contra las aguas a uno de sus costados casi es capaz de exaltar al animal; el ANBU no mostraba ni el más mínimo tacto o intención de comunicarse, una orden simple y sin miramientos fue lo único que llegó a pronunciar: viajar al País del Hierro, en promesa a que su destino se alejaba de las tempestades habituadas en el viaje, una costa inusual ubicada tras la barrera natural de la península oeste, según sus propias palabras, “para una reunión de negocios”. Ni pingüinos ni rapaces solían tener mayores objeciones con los samuráis, sus batallas siempre serían justificadas bajo la subordinación de los ninjas, pero no les interesaba el tema directamente, y aun así, la idea de viajar a Tetsu como destino de reencuentro no era más que un agraviante del resto.
―Gira a estribor en diez kilómetros ―sin añadidos ni reflexiones. Por más dudas que tuviese sobre las intenciones de Nagare, al pingüino le quedaba bien claro que su actitud respaldaba los rumores. Como mínimo había cambiado completamente.
No sería lo suficientemente atrevido como para encarar la situación de frente, al menos no bajo las circunstancias actuales, pero un ave de su carácter era lo suficientemente capaz de expresarse en situaciones así, su ayuda no se convertiría en esclavismo, ni siquiera lo consideraba –por más que otras aves sí lo hubiesen hecho.
―Nunca viajé a esa zona, ni siquiera tengo registros en mente. ¿Ahora quieren colonizar zonas abandonadas?
―Hm, muy bien.
― ¿Qué?
―Las anfitrionas. Ellas prefieren que el mundo siga pensando así ―Y sin embargo, Nanami no era capaz de notar mayor diferencia en su tono, igual de despreocupado, de natural. Tranquilizarse o preocuparse aún más estaban igualmente justificados.
―Tuve familia aquí ―divagó. Él mismo terminó actuando diferente a su habitual rigidez, y lo sabía; no le era ni propio ni cómodo hablar de sí al aire―. Ni siquiera ellos exploraron ahí, que yo sepa.
―Son buenas eligiendo ubicaciones, quizá descubrieron una mina o algo.
―Tampoco sabes.
―Es la primera vez que vengo, ¿por qué más te traería? ―La capciosidad le cerró el pico ante cualquier respuesta―. Son empresarios, no vas a pelear.
El chapotear del agua se intensificaba a medida que las costas del país se hacían más y más visibles. El sol comenzaba a bañar el horizonte, y por más oleaje que hubiese, el cielo se negaba a mostrar nubes, no era más que una bóveda de tonos pesados, sin contrastes, a punto de sellarse para dejar ver estrellas, y ni ellas parecían querer aparecer.
El pingüino comenzó a acelerar su nado, obligando a su jinete a colocarse bufanda y estrechar el abrigo instintivamente. Los vientos del Hierro contrastaban enormemente con los del Agua, como si una barrera invisible dividiera sus atmósferas drásticamente, y era más que notorio cuando la diferencia de temperatura asediaba las pieles de los friolentos como él. Hozuki inmediatamente ejecutó posiciones manuales, grabando un símbolo en su palma con sangre y marcándolo en el lomo del animal al momento.
Las industrias To brindaban a sus accionistas de interés una técnica protectora en caso de querer asistir a la sede central, un Fuuin inexplicablemente fuerte para la cantidad de chakra que conllevaba, había casos en los que hasta civiles eran capaces de hacerlo; cómo era posible seguía siendo un misterio, al menos para Nagare, y por más dudas que tuviese, no dudaba que Jitna tuviese ya un archivador repleto sobre el tema. Su funcionamiento era simple, pero sumamente efectivo: todo sensor, cualquiera que fuese su sentido de uso, rebotaría sin remedio sobre los marcados, en la práctica, alguien lo suficientemente detallista en búsqueda de moradores en el país podría captar un efecto extraño en el campo visual, mínimo, pero visible. Aunque claro, siempre era más fácil culpar a las ilusiones ópticas, era una técnica funcional gracias al descuido.
Se acercaban a su destino, trazando una paralela a las costas, aún a varias millas de ellas, pero lo suficientemente avanzados para que el pingüino comenzara a inspeccionar su próxima curva: no supo si fue la noche o la propia potencia de aquellas luces, pero aún a la distancia, el edificio y zona en cuestión eran perfectamente visibles, demasiado como para pasar desapercibido ante la vista de cualquiera. No apremiaba interrogar a Nagare, pero debió deducir que la misma marca de protección les permitía ver la estructura, de lo contrario, habría demasiados convenios desconocidos que justificar antes de pensar en que algo así existiera al roce mismo del país con el océano.
―A babor.
Avanzaron poco más, si acaso dos o tres millas, y debió detenerse ante el súbito erguir de su jinete. Se estiró, procediendo a invocar una avecilla, marcándola y soltándola hacia el frente.
―Gracias, eso fue todo.
―Te esperaré aquí, no tiene caso que me vaya si me necesitas a la salida.
―Tienes razón, aunque no te acerques más, el sello se desactiva y anulan lo que haya en el agua sin autorización.
―Qué poca educación, ni me dejan figurar como transporte.
―No tengo autorización ―desapareció en un destello. Nanami sólo pudo suspirar.
Cuídalo, dondequiera que estés.
Reapareció al instante al primer paso de la ensenada, recogiendo el kunai y sacudiéndole la arena. Caminó serenamente, sin dejar de apreciar el entorno. De todas formas, se valió de la invisibilidad ilusoria, por si el negro de la noche no bastaba. No le extrañaría hallar ninjas entre los guardias, sabía de sobra que To los entrenaba, pero contra samuráis. Comenzaba a preguntarse, en el momento donde más concentración debía tener, si Kiseki no le habría enviado hasta allí con intenciones sabidas hacia la compañía, era más una divagación, pero nadie conocía más que él que las casualidades eran el nombre que los ingenuos le daban a los acuerdos. Ni siquiera le extrañaría ver algún protector del Sonido por allí.
El pergamino había enunciado un punto mucho más al norte, pero tanto él como la perspicacia de Nanami entendieron que sus razones para ir al Hierro eran previas a este escándalo, y por un asunto mucho más delicado, mucho más personal. Lanzó otro kunai sin ajetreo hacia uno de los costados de la estructura principal: un edificio gigantesco, rústico en arquitectura pero firme y de paredes blindadas. Dos guardias se aproximaron a matar, ambos muertos al instante por dos balas de agua, una por cada índice y a cada cabeza, los cuerpos fueron tragados por el oleaje dejado atrás. La marea subía.
Una torre de control se hallaba fronteriza a la entrada más cercana, misma donde reposaba un samurái conocido de sobra, pero inexplicablemente en pie: Apolo, con el gesto habitualmente indiferente, divisaba los alrededores con Tao enfundada. El cómo seguía vivo no era más misterioso que su presencia en un frente de To, pero no dejaba de ser llamativo. Ciertamente, su muerte se recordaba ya hace años, y en días imposibles de olvidar, pero habiendo conocido por propia mano la energía de su espada, no le extrañaría algo como aquello.
El filo de su espada se mostró súbitamente tras colocarla frente así, y el sonido del viento cortándose fue suficiente alerta para que Nagare se supiera descubierto, pero ¿cómo? Intentó huir, sus muñecas y tobillos fueron atrapados por raíces más parecidas a alambres o látigos, nulificando la ilusión; fue la certeza más desagradable de comprobar saber que dichas extensiones portaban energía Yin, y Nami resultó inútil, antes de siquiera pensar en licuarse, la voz del samurái se escuchó:
―No te lo recomendaría. Muerte segura por electricidad ―Envainó el arma, al momento de acercarse, colocándose de cuclillas, Ruigetsu ni siquiera tuvo motivos para forcejear, no era un encuentro violento, aunque todavía no entendía el por qué. Apolo le examinó de pies a cabeza―. No te pareces nada al muchacho de La Niebla, pero esa marca en tu cuello es innegable.
―El tiempo pasa, unos cambian, otros resucitan ―Por suerte, nada indicaba que Apolo supiera su dominio del Yin, él sólo tendió una trampa en función a cualquier Hozuki, fue mera casualidad que el Inton imbuyese las raíces.
―El mismo ―concluyó. Las figuras de dos mujeres en kimonos lustrosos se divisaron desde la entrada al recinto.
Rui les distinguió de sobra, tal y como lo hacía en cada ocasión que visitaba las oficinas de la industria en Tensai. Sublimado y de rodillas, aunque por sus actos recientes, era tal y como el par de señoras deseaban verle. Dōto y Kuteki, accionistas mayoritarias de la empresa, siempre habían mostrado un comportamiento particularmente maternal ante el ANBU, en el peor y más humillante sentido de la palabra. Se sabían, de alguna forma, superiores a él.
―No hay problema en pedir una autorización Nagare, siempre le recibiríamos con gusto ―sonrieron a la par―. No pasa nada, eran dos guardias. El general Apolo sólo está aquí por precaución.
―Siempre hay que serlo, ¿no? ―Habló sin mayor jaleo, aunque se sabía en una posición de lo más incómoda―. Tengo mis razones para venir así. No es seguro enviar cartas en estos días.
―Por dios Nagare, imagínese que fuésemos a embargar el Horizonte sin avisar, ¿cómo respondería a eso? Mínimo busque comunicarse ―dicho por Kuteki, era ese desdichado tonito de sermón, siempre dejando bien en claro cuánto le apretaba la soga al cuello―. Imaginamos que no está aquí para hablar de la deuda.
―No tengo problema en ello ―su facilidad les era ajena a ambas, no reaccionaron más que sorprendidas―. Y con alguien como él me hace tenerlos todavía menos ―miró al samurái sin pesar, casi como un aliado.
― ¿Hm?
― Les traigo una propuesta de inversión ―No lo habían notado, y por fortuna no mostraban ganas de amedrentarle. El clon del aguado se preparaba a dialogar calmadamente, el auténtico debía concentrarse en inspeccionar el edificio.