Patamon se salvó cuando el otro par entró en el cuarto de servicio, hecho que hizo que el escocés tomara las herramientas de jardinería con cierta violencia y se apresurara en abandonar el lugar. Ambos digimon intercambiaron miradas de preocupación, pensando que quizás habían ido muy lejos a la hora de presionar a esos dos para que volvieran. Hanz, por su parte, tomó unos artefactos cilíndricos de color celeste y se marcho sin decir mucho más. Veemon observó al ser naranja y ladeó la cabeza de lado a lado, dando a entender que su tamer no estaba enojado, asunto que les preocupaba un poco más que la impulsividad de Blake. Al cabo de unos minutos se apresuraron en tomar un balde y paños, respectivamente, para alcanzar a sus amigos. No estaban seguros de cómo podrían ayudarles con esos implementos, pero tampoco ganaban mucho al llegar con las manos vacías.
— ¡Hanz! —Gritó el dragón, notando cómo este se encontraba armando los tubos junto a la piscina— ¿En qué podemos ayudar? —sobre su cabeza traía al otro digimon.
— ¿Ahora quieren ayudar? —Espetó, pero luego se rascó la nuca y analizó los extraños implementos que traían consigo los digimon— Podrían limpiar ventanas con eso.
— ¿Ventanas? —Patamon observó los paños que traía consigo— ¡Ya sé!
— ¿Qué?
— Evolucionemos, será mucho más rápido —Vee abrió los ojos de par en par.
— ¿Seremos como los superhéroes de la limpieza? —Sus ojos brillaban— ¡Hanz! ¡Hanz! —el aludido sacó su aparato sin chistar.
— ¡Ewain! —gritó también el otro, pues su tamer se encontraba podando unos arbustos que no se encontraban muy lejos. Este le dedicó una mueca severa, pero eventualmente sacó su digivice, dejando que una luz blanca envolviera a su compañero para dar paso a una figura mucho más alta y humanoide. Junto a Angemon rugió el dragón bípedo, quien tomó uno de los paños e invitó a su homólogo a que fueran a buscar agua y otro balde, así podrían empezar con la limpieza de los cristales más altos. Una breve brisa anunció el vuelo del par digital, dejando a los humanos solos en sus respectivas labores, mientras que un silencio sepulcral se hacía presente.
Ese día hacía mucho calor en Folder, al punto en que se veía muy pocos digimon surcar los cielos de la propiedad que debían limpiar. Por ser un terreno privado muy vasto, hubo un buen rato en que no se escuchó nada más que el sonido del filtro de agua en la piscina y los eventuales crujidos metálicos que ocasionaban las tijeras del ahora jardinero. La tranquilidad se interrumpió cuando Von Kaulitz logró armar el limpia fondos, cuya apariencia recordaba a la de una aspiradora con un gran palo para pasarla por el fondo de la alberca sin problemas. El alemán introdujo el artefacto al agua y empezó a hacer un movimiento en vaivén con el mismo, de manera que recogiera las partículas de tierra y quién sabe qué más que se acumulaban. Por su parte, Wilson terminó de podar los arbustos y tomó una manguera que estaba cerca para empezar a regar las plantas, se notaba que les hacía falta mucha hidratación.
Obviamente no pasó mucho para que el germano se desprendiera de sus ropajes superiores, dejando que los rayos solares alcanzaran su bien formado torso. Sin querer, ambos se observaron, siendo el escocés el que desvió la mirada cuanto antes. Hanz no supo si sonreír o no, dedicándose a terminar de pasar la pseudo aspiradora por el resto de la piscina, sin despegar sus zafiros de Blake. Pronto su mente comenzó a llenarse de pensamientos extraños, encabezados por la ilusa idea de que el portador del hielo decidiera abrirse con él ese día y arreglar el malentendido de fin de año. Sabía que si él se acercaba terminarían discutiendo o que no podría resistirse a hacer alguna estupidez, como cuando los encerraron en la habitación de la cabaña en San Valentín, por lo que no podía hacer más que esperar. Sin embargo, tenerlo tan cerca le daban ganas de tomarlo entre sus brazos e insistirle en que dejara sus tonterías de lado, que él quería que volviera a ser suyo. Era una sensación bastante incómoda para alguien que nunca se había visto atraído por otra persona a ese punto, más aún rechazada. Era como si se tuviera la clave de la felicidad frente a tus ojos y no pudieras agarrarla porque los separaba un cristal transparente, uno muy terco, por lo demás.
Por otro lado, Ewain trataba de mantener la calma. A pesar de que lo estuviera ignorando, sabía a la perfección que el germano tenía sus orbes fijas sobre él, asunto que lo ponía más incómodo de lo normal. Estaba enojado, hasta cierto punto contrariado por el hecho de que fuera Patamon quien lo metiera en esa situación y si a eso le sumaban el caldero de emociones que sonsacaba ver a Hanz, todo resultaba en una mezcla bastante desagradable. Una parte de él quería dejar todo ese malestar de brazos y confesarle al europeo todo lo que había escrito en aquella carta, pero cada vez que se lo proponía, renacía en él la frustración de verse tratado como una cosa y no como persona. El miedo a que estuvieran jugando con él y la irritación que le provocaba que el azabache no fuera capaz de darse cuenta de ello. Suspiró. Estúpido Hanz.
Finalmente, mientras la parejita tenía sus contradicciones emocionales, sus respectivos compañeros volaban a gran velocidad alrededor de la mansión. Descubrieron que podían hacer las cosas mucho más rápido si lanzaban agua a las ventanas y luego volaban rápidamente en torno a ellas, logrando que se secaran rápidamente con el viento que producían en su carrera. Claro, Angemon no era tan idílico como su compañero, consciente de que luego tendrían que revisarlas una a una para ver si quedaron manchas que borrar con los paños húmedos, mas no podía negar que el supuesto superhéroe tenía ideas bastante entretenidas para hacer las cosas.
— ¿Qué hacemos cuando terminemos? —comentó en pleno vuelo el dragón.
— Tal vez deberíamos darles su espacio. No estoy seguro.
— Vamos, eres pariente de Cupido. Piensa en algo.