Raisa se pasó los siguientes minutos recogiendo el desastre que un grupo de niñas dejó a su paso, desacomodando triciclos rosados y más cajas con juguetes que atentaban contra la seguridad de cualquiera que intentara caminar por el corredor. Para ese entonces, Gabumon ya había regresado, informándole que la pequeña había encontrado lo que quería en uno de los pasillos siguientes, aparentemente al lobo esas cosas se le daban bastante bien. El cabello de la rubia se encontraba algo desarreglado para ese momento, presumiblemente por el constante ajetreo que conllevaba el agacharse para recoger los juguetes tirados y volverse a poner de pie, para así colocarlos en su lugar correspondiente. Incluso se había tenido que arremangar su blazer pues ese ligero “ejercicio” había comenzado a acalorarla un poco, al grado que le era incómodo tener las mangas de su chamarra cubriendo sus brazos.
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Una jovencita más grande que todas las que había tenido que atender antes se presentó ante ella, picándole el hombro para llamar su atención. Cuando la rusa volteó se encontró con que la mayor tomaba de la mano a una infante, el extremo parecido entre ambas le hizo suponer que se trataba de un par de hermanas, aunque una poseía el cabello rubio claro y la otra anaranjado. La mayor le indicó a la Medium que requerían de su ayuda para bajar un juguete de los estantes más altos que había en la tienda y que, por obvias razones, no podían alcanzarlo. El par dirigió a los ayudantes de esa tarde hacia uno de los corredores, mucho más amplio que los anteriores, y ahí fue cuando el lobo y la rubia cenizo descubrieron la razón. Las cajas en las cuales se encontraban los juguetes poseían un tamaño enorme, no eran contenedores de plástico que se pudieran tomar con una mano, era necesario cargarlas con ambas y en algunos casos se requería la ayuda de dos personas.
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—
Es aquel, el carruaje con el caballo que está allá arriba —señaló la mayor de las hermanas, elevando su brazo hacia una caja que tenía el dibujo del juguete en cuestión: se trataba de un bonito carruaje de tonalidades doradas, el cual era halado por un corcel blanco de larga melena plateada, dentro de esa transportación debía caber perfectamente una muñeca, sólo que aparentemente la “barbie” no venía incluida. Gabumon miró con preocupación a su Tamer, temeroso del cómo ella fuera a reaccionar. Raisa por su parte, se quedó contemplando el juguete que le pedían que bajara y, a pesar de sus intentos por ocultar la primera expresión que le vino al rostro, una de evidente molestia, se notó que ese requerimiento le había desagradado del todo. “
¿No podían escoger otra cosa?”, fue lo que mentalmente se preguntó.
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—
Hay otros iguales acá abajo, ¿seguro quieren ese? —apuntó hacia otras cajas más cercanas a tierra firme que poseían exactamente el mismo juguete en su interior, bueno... casi eran iguales. La única diferencia palpable era el color del carruaje, pero Raisa juraba que eso era lo menos importante, al final era el mismo condenado juguete.
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—
No, ella lo quiere dorado —los dorados de la rusa viajaron hasta depositarse sobre la pequeña, quien le sonrió inocentemente a pesar de la dureza con la cual la mayor la miraba. ¿Qué de malo tenía que el maldito carruaje fuera rosa? ¿Qué no a todas las niñas les gustaba ese color? Muchas preguntas abordaron los pensamientos de Nóvikova, viéndose en una situación desfavorable de la que no podia negarse, después de todo, ese modelo era el último que quedaba, y se encontraba como a 3 metros de altura.
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—
Iré por la escalera —comentó a regañadientes, dejando a las hermanas junto a Gabumon para ir en búsqueda de una escalera lo suficientemente grande para alcanzar aquello. El lobo suspiró con una sonrisa, dentro de él una extraña sensación de “orgullo” comenzó a sentirse; Raisa no estaba cómoda con esa clase de trabajo, pero portaba una paciencia sin igual y eso quedaba demostrado en la labor que estaban realizando, no lo hacía por recibir algo de dinero y tampoco lo hacía por él, obraba de corazón.
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La de ojos miel pronto regresó al lugar, siendo ayudada por un par de ToyAgumon que le ayudaron a trasladar la enorme escalera hasta ahí, una vez la armaron y se aseguraron de que fuera seguro subir, Raisa trepó el primer escalón, luego el segundo y así consecutivamente. Era una fortuna que no le dieran miedo las alturas o se habría paralizado al mirar hacia abajo, pero fue todo lo contrario, la rubia subía por las escaleras con seguridad, decidida a tomar el maldito juguete y bajarlo de una buena vez. El único problema llegó cuando se dio cuenta de que necesitaría ambas manos para tomar la caja, y no podía bajar y al mismo tiempo afianzarse del juguete si no usaba las dos. Una idea se formuló en su mente y rápidamente tomó el Digivice que reposaba sobre su cinturón y cargó el aura plateada en su puño, para así realizar el Digisoul Charge y permitir la aparición de Garurumon. Afortunadamente el pasillo era espacioso y el lobo no tuvo mayor problema para aparecer en escena.
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—
Lo lanzaré y tú lo atrapas —le indicó su Tamer, ganándose un gesto afirmativo de su parte. El hocico de Garuru podía abrirse lo suficiente como para pillar en el aire aquella caja, sólo debía ser cuidadoso de no apretarla demasiado para no correr el riesgo de dañar el juguete en su interior. Su pecho se agazapó al suelo mientras se preparaba para dar un ligero salto y así realizar la atrapada de su vida, movía la cola de un lado a otro, listo para actuar en cuanto Raisa cargara la caja y la dejara caer. El movimiento de ambos fue tan rápido que, en un parpadeo por parte de las hermanas, el lobo ya cargaba en su hocico la caja, depositándolo frente a las niñas, al mismo tiempo que regresaba a su etapa anterior y la rubia terminaba de bajar las escaleras. —
Listo, ¿algo más? —preguntó, aunque sin sonar muy ruda, más bien intentó hacerlo de la forma más gentil que pudiese existir en su persona. La mayor de las hermanas negó, le sonrió y entre las dos tomaron el carruaje con el caballo para llevarlo a las cajas a pagarlo.
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Los Toy Agumon que ahí se habían quedado tomaron la escalera nuevamente y se la llevaron a bodega para guardarla, aunque seguramente la estarían necesitando en el transcurso del día, o del resto de la semana. Hubo un efímero momento de tranquilidad en el pasillo en el cual los amigos permanecieron, por lo pronto no había niñas que pasaran corriendo o que armaran alboroto por disputarse alguna muñeca o peluche. Fue entonces que, del corredor vecino escucharon unas voces de varios niños de ambos géneros hablando, y podían escucharlos claramente por un pequeño hueco entre varios juguetes que había en el estante que separaba un pasillo de otro.
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—
No puedo creerlo, ¡hoy Santa no vino a la tienda! —dijo uno de ellos, cruzándose de brazos de manera indignada.
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—
Yo que quería pedirle varias cosas, es tan aburrido venir si no está él —se quejó otra niña, haciendo un puchero con su rostro.
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—
A mí sólo me interesa ver a Rodolfo y subirme sobre él, ¿se imaginan? —el resto no le hizo mucho caso y simplemente suspiraron, para ellos no había cosa más importante que la presencia del hombre de traje rojo en la juguetería, como usualmente se acostumbraba en el mundo real.
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Raisa y Gabumon escucharon todo con lujo de detalle, ¿no había Santa Claus ese día? Probablemente era por eso que los niños estaban tan inquietos y no había forma de calmarlos, después de todo, para ver a Santa tenían que formarse hasta que les llegara su turno y de ese modo el recinto estaría un poco más tranquilo mientras los infantes esperaban su oportunidad para hablarle al de barba blanca. Iba a encaminarse para buscar a alguno de los gerentes, cuando súbitamente algo se le trepó encima, colgándose de su espalda sorpresivamente.
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—
¡Qué bueno que los encontré! ¿Cómo va todo? ¿Han tenido problemas? El área rosa se ve bastante ordenada, ¿la ordenaron? Porque dudo que...
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—
Todo está bien, Liollmon —lo calló la rusa, tras escuchar su chillona e infantil voz comprobó que se trataba del león, que se había visto en la libertad de invadir su espacio personal y de atosigarla con preguntas.
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—
Fue Raisa quien se encargó del orden, se ve bien ¿no?
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—
¡Luce genial! —gimió el felino, apartándose por fin de los hombros de la fémina hasta colocarse frente a ambos. —
Los estaba buscando. Tailmon anda un poco... ocupada, por no decir loca con tanta clientela —carraspeó tras decir lo último, que por cierto lo había susurrado como comentario para sí mismo —
¡así que me encargaré de darles su siguiente asombrosa tarea!
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—
No digas esa palabra... —murmuró la rubia, fulminándolo con la mirada.
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—
Uh, ¿cuál? ¿Tarea? ¡Pero si su trabajo aún no termina, vengan!
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Dicho esto, el león se apresuró y prácticamente comenzó a empujarlos como pudo hacia un área un poco más apartada de la juguetería. En su camino hacia allá, el dúo logró distinguir una especie de escenario que estaba algo alejado del área de los juguetes, ahí se encontraba un enorme sillón rojo, y a su rededor había distintas decoraciones navideñas, tales como un pequeño árbol ya decorado, cajas de regalos gigantes y uno que otro juguete disperso. Pero no hubo mucho tiempo para preguntar cuando Liollmon hizo que se metieran a un cuarto, llevándose una agradable y extraña sorpresa al ver a Ewain y Patamon ahí. Nóvikova le dedicó una intrigante mirada al escocés, recibiendo únicamente un gesto de su parte que sólo le hizo inquietarse más, ¿qué traía entre manos el león?
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—
Hoy nuestros empleados que se encargan de disfrazarse de Santa no pudieron venir, se reportaron enfermos —explicó el felino. —
Tailmon y yo pensamos en pedirles el favor a ustedes cuatro, aquí hay disfraces y todo lo necesario. Lo único que deben hacer es presentarse allá afuera y recibir con sonrisas a los niños.
— NO —la patata alada fue la primeraen hablar, interrumpiendo bruscamente la explicación del gerente gatuno. —
Suficiente he tenido que soportar, no me voy a disfrazar.
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—
Porque ni disfrazado se te quitaría lo feo, patatamon inútil —musitó la rusa, mirando con una sonrisa ladina al aludido, quien únicamente atinó a sacarle la lengua antes de ser apaciguado por su Tamer a través de una caricia.
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—
Entonces, ¿lo harán? —Liollmon esbozó una enorme y colmilluda sonrisa al cuarteto, esperanzado de que ellos fueran la salvación al caos que actualmente se vivía afuera. Raisa recordó la conversación que había escuchado de aquellos niños, era cierto que el asistir a una juguetería sin la presencia de Santa era deprimente para los infantes, o al menos quería imaginarse que lo era pues nunca había pasado por una situación así de pequeña. Pero si con ello las cosas en la tienda se tranquilizarían un poco y los empleados podían ganar con ello un momento de suspiro, entonces lo haría.
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—
¿De qué nos disfrazaremos? —con dicha pregunta, se daba por sentado que al menos la rusa y su compañero digital habían accedido. Al gerente le brillaron los ojos, los cuales inmediatamente se posaron sobre el peliazul y Patamon, ambos aún no salían de su asombro de que la mismísima Raisa había aceptado aquella petición. Por lo cual, aunque le intimidaba un poco la idea, Blake también terminó accediendo, y por ende, su patatoso compañero amargado.
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—
Ya que Ewain es el único varón, él será Santa —el león arrastró con su hocico el traje rojo tan famoso que ahora el escocés debería portar solemnemente. Después, el felino arrastró otra caja con distintas partes de varios disfraces — U
stedes pueden encontrar algo para disfrazarse entre todo esto, y en cuanto a Raisa... —la miró de pies a cabeza, pensando en qué sería lo más indicado para la figura femenina de sus ayudantes. Fue entonces que el foco se le prendió y corrió hacia unos racks llenos de ropa, buscando entre ellos el vestuario ideal para la de ojos miel. En cuanto lo encontró regresó con ella y le pasó la vestimenta —
Tu cabello rubio hará un espléndido contraste con ese vestido rojo, ¡serás la ayudante de Santa!
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No sólo a Raisa casi se le salen los ojos de la impresión, el resto de sus compañeros también quedaron boquiabiertos con la aseveración del león, el cual se despidió de ellos y les indicó que en cuanto escucharan el anuncio por los altavoces debían salir ya disfrazados, aunque para eso aún quedaba como una hora en lo que se alistaban y se hacían a la idea de los personajes que debían representar. La fémina contempló el traje rojo frente a ella, constaba de un vestido corto y de mangas largas, con un ligero escote y con peluche blanco rodeando el contorno de todo. Era muy similar al tradicional de Santa, pero al parecer este era una versión más... femenina y “sensual”. Ewain miró su reacción y sonrió en cuanto notó que la rubia había percibido su mirada sobre ella, de ese modo comenzó a desvestirse.
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—
Ewain, hay vestidores, ¿sabes? —le señaló, cuando vio que el escocés comenzaba a alzarse la camisa. El de cabellera azulina soltó un bufido risueño e incrédulo y siguió desvistiéndose, haciendo caso omiso a la negativa de Raisa.
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—
Pues no es como si fuera la primera vez que me ves desnudo —soltó con simpleza, retirándose los pantalones, para solamente quedar en bóxers. La cara de la aludida se desfiguró un poco, más que nada por no entender a qué se refería.
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—
¿Qué?
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—
Nada, cámbiate ya para que me ayudes a rellenar el traje con algo o será un Santa delgado.
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Quiso ignorar lo que su compañero de gremio le acababa de decir y, como toda una dama, se dirigió a uno de los vestidores para ponerse aquel traje. En tanto, los Digimon se dedicaron a hurgar entre las cosas que había en la caja, aunque Patamon lo hacía de mala gana, pues de cualquier modo no creía que existiera algo que le quedara bien. Gabumon encontró unas cornamentas de reno postizas, un collar verde con cascabeles incrustados y una nariz redonda y roja, por lo cual se imaginó a sí mismo vestido del famoso Rodolfo, sólo necesitaría evolucionar para ello. Raisa salió del vestidor y se contempló en el espejo, la verdad tenía que reconocer que no se veía nada mal, y además había encontrado unas botas altas por ahí que hacían juego con el resto del vestuario. Caminó hacia Blake, quien perfiló una expresión satisfecha con lo que veía y al mismo tiempo alzaba un pulgar en lo alto, aprobando el disfraz de la rusa.
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Ahora era momento de rellenar su traje de Santa para que se viera pachoncito y regordete, pues su cuerpo no era lo suficientemente ancho como para hacer que se viera así. Entre toda la utilería encontraron algodón blanco a montones y con el procedieron a rellenar el traje de Ewain hasta que finalmente quedara como las imágenes del verdadero Santa Claus. Aprovechando eso, los dos Medium tuvieron que mentirle a sus compañeros diciéndoles que el Santa real estaba muy ocupado en su fábrica de juguetes y que por eso había personas que se prestaban como sus mensajeros, haciéndose pasar por “Él” para hacer felices a los niños antes de la llegada de la Navidad. Por suerte ambos creyeron cada palabra, manteniendo así su espíritu festivo a flote. Llegó el turno de Gabumon, quien no perdió tiempo y volvió a evolucionar en Garurumon, de ese modo su Tamer se encargó de colocar cada elemento del disfraz de reno en su lugar, cubriendo parte de su lomo con una tela café que también venía incluida en el disfraz, de eso modo disimularían un poco el pelaje blanco y rayado. El único que faltaba era Patamon, quien se notaba esquivo de usar cualquier tipo de disfraz, al final fue obligado por ambos humanos quienes le colocaron dos enormes orejas de elfo y un collar de cascabeles sobre su cuello, no había más que hacer por él.
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—
¡Humanos y Digimon de todas las edades! ¡Niños y niñas! —se escuchó la voz de Liollmon afuera del cuarto, la misma podía oírse a través de los altavoces de la tienda. Los cuatro entendieron al instante que ese era su llamado. —
¿Adivinen quién ha llegado a la tienda? —muchos niños se reunieron alrededor del león, quien se encontraba ubicado en una especie de podio frente al escenario que anteriormente habían visto del enorme sillón rojo. Comenzaron a vociferar el nombre de Papá Noel, con sus caritas emocionadas y felices de poder verlo en persona. —
Así es, ¡Santa Claus y sus ayudantes ya están aquí! Así que pequeñines, formen una fila frente a mí y denle una cálida y asombrosa bienvenida a... Santa Claus! —gritó con la misma emoción que los niños. Los segundos pasaron y, del lugar por donde se suponía iban a salir, nada apareció, consternando levemente al Child. —
Dije, ¡démosle la bienvenida a...Santa Claus! —y nuevamente nada ocurrió, seguían sin aparecer. Sin embargo, detrás de bambalinas se vivía algo distinto.
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—
¡Raisa! Aún no estoy listo —murmuró Ewain, con el pendiente de que alguien fuera a escucharlos ahí adentro, aunque técnicamente por los gritos de afuera era imposible. El escocés estaba hecho un lío con la barba blanca que debía ponerse en el rostro, y además, varios cabellos azulinos sobresalían a través del gorro. Liollmon se había adelantado a la hora que les mencionó, tomándolos por sorpresa, aunque por suerte los otros tres ya estaban más que listos. —
¡Salgan ustedes! En lo que yo logro ponerme esta barba.
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—
¿Salir sin ti? Pero si tú eres...
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—
Vamos Raisa, no me dirás que le tienes miedo a un montón de niños, ¿verdad? —Blake intentó picarla o por lo menos provocarla, y dio en el blanco. La fémina endureció la mirada, se ajustó el gorro que ella también llevaba puesto y abrió la puerta, seguida de cerca por los Digimon. Ewain corrió hasta un espejo para acomodarse la barba lo más rápido que podía, y mientras realizaba dicha acción se preguntó acerca del paradero de Iker, pues le había perdido de vista.
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—
¡Oh, pero qué tenemos aquí! Si son los ayudantes de Santa Claus en persona —exclamó el felino, fingiendo un asombro sobreactuado y demasiado exagerado, aunque todo entró dentro del papel, pues él tampoco se esperaba no ver al joven con ellos. Sus jade viajaron hasta la rubia, quien con un gesto y ciertos movimientos de sus labios le indicó que Ewain ahorita venía, aunque no supo si el león le había entendido algo. —
¡Ellos son Rodolfo el Garurumon, Elfatamon y la bella asistente de Santa, Raisa Claus!
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Literal, Nóvikova asesinó con la mirada al gerente en turno, ¿cómo se le ocurría gritar su nombre para que toda la juguetería lo escuchara? Estaba que reventaba del coraje, pero pronto esa molestia se desvaneció en el primer instante en que escuchó los aplausos y vitoreos de las personas ahí conglomeradas, llevándose la agradable sorpresa de que estaban formando una fila, en orden y expectantes a esperar su turno. Con disimulo volteó a ver a Liollmon, quien esbozó una sonrisa, demandando que ella también hiciera eso. Raisa dudó por microscópicos segundos, pero finalmente le dedicó la mejor de sus sonrisas a los niños y al público en general, robando de paso algunos suspiros de Tamers mayores que acompañaban a los más pequeños. Garurumon alzó una pata en señal de saludo, mientras Patamon, movido por ver tantos rostros felices, cambió su amargado semblante por uno más jovial y con sus diminutas patitas también comenzó a saludar a todos.
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—
En un momento Santa estará con nosotros, uh... Está revisando la lista para ver quién ha sido bueno este año y quién no —lo único que agradecía en ese momento, es que fingir se le daba muy bien, por lo cual en la actuación también podía incluir algo de eso.
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—
Niños, ¿ustedes han sido buenos este año? —el lobo-reno se metió a la introducción de su Tamer, mirando sonriente a todos los infantes que aguardaban su turno. Muchos comenzaron a alzar sus manos, señalando que ellos sí se habían portado bien, y otros tantos se miraban vacilantes y preocupados, posiblemente porque recordaban alguna de las travesuras que habían hecho a lo largo del año. —
¡Muy bien! Porque ya saben lo que dicen, Santa trae carbón a los niños malos, ¡eh!
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—
Rodolfo, pero estoy seguro que aquí no hay niños malos... ¡Todos se han portado muy bien! ¿Verdad? —esta vez fue el turno de Patamon, quien se dirigió a los menores con una sonrisa, recibiendo como respuesta una afirmativa al unísono del grupo. En ese momento Liollmon se colocó al lado de un par de Pawn Chessmon, quienes eran los encargados de tomar las fotografías profesionales a cada niño que se sentara a platicar con Santa. El león observó a sus espaldas que la tienda se había despejado un poco, dejando mucho más espacio para caminar, el haber anunciado la llegada del hombre de traje rojo definitivamente les había beneficiado, ahora sus empleados podían tomarse un breve descanso.
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Durante los siguientes minutos, Raisa y los Digimon se dedicaron a conversar con su “público”, sobre cosas referentes a la festividad, sobre anécdotas sacadas de sabrá dios donde y cuentos relatados principalmente por el inmenso lobo que ahora la hacía de reno. Todo iba bien mientras hacían tiempo para que Wilson saliera con su vestuario en orden, pero en tanto eso sucedía, un pequeño niño se acercó al escenario dedicado a los personajes y se aproximó con cierta timidez a la rubia. Nóvikova le miró atentamente, sin saber muy bien qué era lo que el infante quería, por lo cual decidió tomar asiento en el sillón e invitarle a que se sentara a su lado, pues el mueble era lo suficientemente grande para que los dos lo usaran sin que el menor se sentara en el regazo de la fémina.
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—
Hola, ¿cómo te llamas? —fue lo primero que se le ocurrió preguntar.
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—
Erik —dijo casi en un murmullo, se notaba que era un chico bastante introvertido. Hubo un ligero respingo en la rusa al escuchar su nombre, pues así se llamaba su padre, mas lo disimuló bastante bien y procedió, mientras el Digimon del chico -un Renamon- permanecía al frente de la fila, un tanto apenado porque su Tamer se había adelantado y había entrado sin permiso.
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—
Y bien Erik, ¿ya sabes qué le pedirás a Santa cuando venga? —la mayor le sonrió, intentando hacer de aquel momento algo memorable para el pequeño. Quizá su buena empatía con él se debía a que no era un chiquillo revoltoso y escandoloso como todos con los que se había topado ese día, y de algún modo, le agradaba tener a alguien así de tranquilo a su lado. Conmovido por las acciones de su Tamer, Garurumon se acercó a ellos, dejando resposar su enorme hocico sobre uno de los descansa brazos del sillón para mirar al niño.
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—
¿Qué clase de juguete será? ¿Figuras de acción? ¿Un balón de soccer? —el lobo comenzó en sus intentos por adivinar, y también de paso a intentar sacarle una sonrisa al chico, que no sobrepasaba los 9 años de edad.
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—
¿O tal vez prefieras un juego de mesa? ¿Qué tal un videojuego? —intervino Patamon, apoyándose en el descansa brazos opuesto al lobo. El infante negó con la cabeza y finalmente habló, mas nunca cambió su semblante pesaroso.
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—
No quiero nada de eso, los juguetes no me interesan —ante dicho comentario la patata perfiló un gesto de asombro, ¿a qué niño no le gustaban los juguetes? Pero pronto llegó la verdadera razón de su comentario, una que calaría en lo hondo de varios. —
Quisiera volver a ver a mis padres de algún modo —murmuró cabizbajo. Raisa sintió una leve punzada a la altura de su pecho, sorprendida y a la vez nerviosa con la situación, pues nunca se imaginó que el primer niño en acercarse a ella fuera a decir tales palabras.
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—
Ah, ¿se quedaron en la tierra? —se apresuró a decir, suponiendo aquello —
Seguramente ellos están bien.
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—
Están ahí, pero a la vez no lo están. Los extraño mucho... —y con eso, Raisa entendió hacia donde iban encaminadas las palabras del menor. El lobo se quedó expectante, ni siquiera él sabría qué hacer en un momento así, un tanto incómodo para su Tamer, especialmente por el tema que se estaba tratando. Pero, aún aunque Santa en realidad existiera, cumplir aquel deseo sería prácticamente imposible, y ellos no tenían el poder ni los medios para volverlo realidad. Nóvikova observó al infante directo a los ojos cuando éste levantó su mirada, sus orbes no estaban cristalinos, pero sí expresaban un profundo sentimiento de aflicción, combinado con un atisbo de esperanza que esperaba que aquellos seres mágicos pudieran cumplir su único deseo, uno que iba más allá de lo material y superficial. Y siendo Raisa, lo único que le quedaba hacer era hablarle con franqueza al chico, o al menos ese era su plan inicial antes de verlo a los ojos. No, ella no podía romper esa ilusión. Posó una de sus manos sobre la cabeza del menor y con ella acarició su alborotada cabellera.
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—
Entonces los verás, la mañana del veinticinco recibirás una bonita sorpresa, Erik —dijo, con toda la naturalidad del mundo mientras le dedicaba una cálida sonrisa, pero no fue eso lo que sorprendió al par de seres digitales. Fue especialmente el lobo el que miró atónito a la fémina, ¿por qué hacía promesas que no podía cumplir? —
Yo le diré a Santa qué es lo que quieres para Navidad, sólo sonríe, ¿de acuerdo? —levantó su barbilla para que la mirara y asintió, posteriormente se le lanzó encima en un abrazo mientras la rodeaba por la cintura.
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—
Muchas gracias, Raisa Claus —y lo última que la aludida vio, aparte del flash de la cámara sacándoles una fotografía de imprevisto, fueron unas pequeñas lágrimas en el rostro del menor antes de alejarse de ella, aunque eran más bien de felicidad. El menor regresó con su compañero digital, mientras Liollmon veía con satisfacción, dicha y asombro las acciones de su ayudante, estaba orgulloso de haberles dado ese trabajo tan importante a esos cuatro, ahora sólo faltaba ver qué tal le iba a Ewy.
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Y como si sus pensamientos lo invocaran, el resonar de unas botas comenzó a escucharse a lo lejos, trayendo consigo sonrisas nerviosas, expectantes y emocionadas en los niños que aguardaban la llegada de cierto personaje a la tienda. Para ese momento, Raisa ya se había levantado del sillón, quedándose de pie al lado de Garurumon, quien no desaprovechó la cercanía para dirigirle una mirada inquisitiva, aunque ya habría más tiempo para preguntarle ciertas cosas. El sonido de las botas se acrecentó más y de pronto...